LO
QUE DEJAMOS
Descubrí
que el filósofo también, al igual que yo, hacía trampilla. Salía a por pan y a
la vuelta a casa recorría tres o cuatro manzanas de más para retrasar su
entrada al confinamiento. Me apenó descubrir el valor de la nimiedad para las
grandes personas ¡Y mira que la cosa nos pillaba entrenados!
Hace
veinticinco años era igual. Sólo me recuerdo seguro y tranquilo, una manera de decir,
en casa. Siempre a oscuras con el flexo de la biblioteca, silencio y miedo a
salir. Era distinto el miedo. Era como más próximo, más físico, menos
compartido. Una bala en el cogote, la imagino más dolorosa que un virus infiltrado
por los párpados. Nada, pero nada, nadie. Ahora es otra cosa, está todo más
repartido, aunque el peligro no es menos real. Pero parece más dulce una convalecencia
febril que una paliza o linchamiento. Se lo podemos contar a cualquiera.
Venga.
Vamos a
apurar el sopicaldo mientras especulamos sobre el futuro. Habrá quien salga de ésta autoafirmado
pensándose superior a otros y por qué no, superior al resto. Entre tanta gente
buena, entre tanta humanidad, hay mucho mentecato. Da lo mismo que sean
representantes políticos que empresariales u opinadores mediáticos, yo ya me
jubilé. Necesidad de que ese mar sea océano de mediocridad e incompetencia.
Venga, hazme una foto. No,
no quiero asomar como esos de “aquí mis libros, véalos, véame”. Házmela aquí, mudo
patio trasero de cuatro manzanas. Aquí no aplaude nadie, se aplaude a la calle.
Es la solidaridad. Sin publicidad no es solidaridad. Es ¡horror! Pobre futuro,
lo que será, lo que dejamos. Legamos.