Creo que no hemos sido educados para la práctica de la libertad religiosa y
que eso se nota. Diré más, creo que si observamos con cierta atención, la
mayoría de las invocaciones a la libertad religiosa se producen en contextos
donde, por hache o por be, alguien se atreve a poner en cuestión, la quasi
exclusividad, la preponderancia y preeminencia de los ritos católicos más que
el propio catolicismo.
Durante tiempos he
combatido esa fusión cívico religiosa que se produce en nuestros rituales de
fiestas mayores, y no tan mayores, y he defendido la separación iglesia/estado hasta plantearlo casi como
confrontación entre ellos. Creo no haberme equivocado salvo en la modulación de
ese discurso, en la adecuación a los tiempos. Los hechos, tozudos, demuestran
que mi plática no tiene aceptación social alguna. Me parece recomendable que
las autoridades políticas acudan a las invitaciones de colectivos y eventos
sociales de todo tipo, incluso si estas son de la iglesia o para una misa, y
que sean tratadas con etiqueta, pero soy radicalmente contrario a que acudan
con txuntxun, comitivas, bandas o en procesión.
Mis expectativas sobre
la materia en los nuevos tiempos políticos se han frustrado del todo. Las ha frustrado
ese nuevo ritual sacado de la manga con las autoridades políticas acudiendo en
comitiva a la función y plantándose en la puerta de la iglesia. La irreligión
es una práctica más de la libertad religiosa, pero hacer el ridículo debiera
ser inaceptable y no llamarlo fiesta ni tradición.