Solía haber
trabajos colectivos. Mis raíces rurales evocan las tareas del campo, recogidas
diversas, trillas o mantenimiento de caminos. Lo urbano de mi infancia me lleva
a la plaza pública y a las calles de Urrestilla, pueblo olvidado dentro de otro
a cuatro kilómetros de distancia. Quiero decir que tareas de las que en el
pueblo grande se ocupaba la administración en el mío, pequeño y vivido, se
ocupaban los naturales en “auzolan”: el retejo de la parroquia, el camino del
cementerio. El ayuntamiento pondría el vino, por supuesto peleón.
Google da
36.000 referencias de auzolan, -librerías, comercios, empresas, blogs,
programas sociales, publicaciones, formaciones políticas- y da idea de la carga
simbólica adquirida por el término una vez desaparecida la modalidad de
trabajo. Hoy hay quien le quiere dar al término una carga de modelo social y de
peculiaridad nacional exclusiva organizando jornadas de auzolan en plan fiestas
regionales, fiestas del euskera o días de la oveja lacha o romería campestre.
Dice la enciclopedia Auñamendi que auzolan es una prestación
vecinal gratuita en beneficio público con equivalentes en multitud de
sociedades europeas. Paseando por calles y caminos vemos que ni taberneros, ni
tenderos, ni paseantes somos capaces de meter la punta del paraguas o del palo
de la escoba en la boca de la alcantarilla encharcada que nos impide entrar o
pasar. Hasta que algún ayuntamiento nos llame al folklore de un sábado tarde
limpiando un río, un monte o un parque en
auzolan. Es que somos así, nosotros y aquí. Iremos.