viernes, 23 de noviembre de 2012

AUZOLAN

EL DIARIO VASCO 23-11-2012


        Solía haber trabajos colectivos. Mis raíces rurales evocan las tareas del campo, recogidas diversas, trillas o mantenimiento de caminos. Lo urbano de mi infancia me lleva a la plaza pública y a las calles de Urrestilla, pueblo olvidado dentro de otro a cuatro kilómetros de distancia. Quiero decir que tareas de las que en el pueblo grande se ocupaba la administración en el mío, pequeño y vivido, se ocupaban los naturales en “auzolan”: el retejo de la parroquia, el camino del cementerio. El ayuntamiento pondría el vino, por supuesto peleón.
         Google da 36.000 referencias de auzolan, -librerías, comercios, empresas, blogs, programas sociales, publicaciones, formaciones políticas- y da idea de la carga simbólica adquirida por el término una vez desaparecida la modalidad de trabajo. Hoy hay quien le quiere dar al término una carga de modelo social y de peculiaridad nacional exclusiva organizando jornadas de auzolan en plan fiestas regionales, fiestas del euskera o días de la oveja lacha o romería campestre.
         Dice la enciclopedia Auñamendi que auzolan es una prestación vecinal gratuita en beneficio público con equivalentes en multitud de sociedades europeas. Paseando por calles y caminos vemos que ni taberneros, ni tenderos, ni paseantes somos capaces de meter la punta del paraguas o del palo de la escoba en la boca de la alcantarilla encharcada que nos impide entrar o pasar. Hasta que algún ayuntamiento nos llame al folklore de un sábado tarde limpiando un río,  un monte o un parque en auzolan. Es que somos así, nosotros y aquí. Iremos.

viernes, 16 de noviembre de 2012

GESTOS


EL DIARIO VASCO 16-11-2010 
        Entendía Cesare Pavese que la cosa que más se teme ocurre siempre, que es suficiente con un poco de valor. Que cuanto más se determina y concreta el dolor en el debate de la supervivencia asalta la idea del suicidio. El suicidio, algo fácil al pensarlo pero… pero que sin embargo lo han solido hacer mujercitas, porque para suicidarse hace falta humildad y no orgullo. Escribió sus últimas palabras diciendo que todo esto daba asco, “Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. Cerró el diario y se quitó la vida en aquel agosto de 1950. Se acabaron su oficio de vivir y su oficio de escribir.
         Desconozco el número de personas que hoy puedan estar horrorizadas porque pueda ocurrir aquello que temen. No sé cuantas pueden ser víctimas de un procedimiento justo o abusivo que les pueda desalojar de un techo y verse obligados a exponer su indignidad y la de los suyos, su imposibilidad y su impotencia, en un océano de rótulos y reclamos que le comunican que todo es facilidad, que todo sueño es materializable y todas las grandes gentes, sin interés ni comisiones, están a su servicio. El potencial suicida se incrementa en una progresión que es muy posible que nos aproxime irremediablemente a eso que tememos que ocurra y sea cada vez más la gente que opta por abandonar el oficio de vivir.
         La mujer, con permiso de Pavese, que se quitó la vida en Barakaldo ha conmocionado nuestras conciencias y ha desencadenado urgencias más de justificación que de solución. Como Pavese, empezamos a percibir que los suicidas son homicidas tímidos.

viernes, 9 de noviembre de 2012

¡SE ENTERARAN!


EL DIARIO VASCO 9-11-2012 
       Tomé la gran decisión, la de las discusiones conyugales que trataban de abordar medidas de austeridad económica. Dí de baja el servicio de televisión que llega vía telefónica. Reté al universo y fue celebrado. A punto de convertirme en héroe mítico la descubrí y me apunté a esa tarifa de una única para todo por la que nos ahorrábamos un tercio de lo que veníamos gastando hasta entonces. Me parecía que estaba liderando el milagro islandés.
         A las dos semanas la compañía me dijo que no constaba ninguna petición de mi nueva tarifa, que no habría tal hasta que no me retiraran un aparatito previo acuerdo con una máquina parlante sobre la retirada. A las dos semanas siguientes se me dijo que la tarifa no se materializaba porque mi nombre de pila no es el mismo en móviles que en fijos, con M y sin M. Que arreglara el entuerto en una tienda. En la tienda me dijeron que sí a todo y resultó que sí a nada.
         Tengo la máquina en casa, la tarifa cara, nulas perspectivas de mejora y docenas de llamadas interrumpidas y plantado, una llamada pendiente de un asesor que lo iba a hacer en diez minutos y otra de Zeleris y más. Juro que no he perdido la compostura en ninguna llamada ni en ninguna comparecencia en tienda. Pensarán que soy gilipollas por que me pasa esto y lo cuento. No es eso,  aunque Telefónica tenga porrón de pruebas de que lo soy. Un día daré el paso definitivo, ¡órdago!, y seré todo un hombre, recordaré que todo empezó por bañarme con el móvil en el bolsillo e intentarlo reponer, no gratis, a precio razonable. Se van a enterar.

viernes, 2 de noviembre de 2012

LEER VOTOS

EL DIARIO VASCO 2-11-2012

         Me molesta cuando a las democracias formales, y reales, se las acusa de limitarse al voto que podemos emitir cada cierto tiempo. Como caricatura vale, y como contraste a las realidades antidemocráticas, también, pero creo que todo es más complicado. Para comprobar el nivel de complejidad y complicación basta con echar un vistazo a las interpretaciones que cada uno de nosotros hacemos de los resultados electorales.
         En estas últimas, como en otras, acudí al recuento de votos de una mesa electoral donostiarra. En la normalidad del día y del recuento apareció una papeleta con abundantes tachones y garabatos trazados a través de toda la ristra de nombres y márgenes. El joven interventor electoral que detectó la pieza levantó el brazo y mostró el voto al presidente y resto de miembros de la mesa para que acordaran, a primera vista, la nulidad. Un veterano interventor lanzó un golpe certero a la papeleta y la arrebató para depositarla en el montoncito de papeletas que correspondía a su partido. Dijo que era un claro voto al partido cuyo logo, el suyo, no llevaba a confusión. Nadie de los presentes nos atrevimos a decir nada en contrario ni preguntar por si las dudas. El sistema democrático había precipitado ya sus conclusiones. El ciudadano en cuestión que emitió su voto de aquella manera, de aquella manera fue interpretado, era claro lo que se le había entendido.
         Aquel que había garabateado la papeleta, como si depositara en ella metros de hilo desmadejado, entre garabato y garabato había escrito con letra alta clara: ¡Quiero un trabajo!