Yo soy de Montanier. Diría
que casi antes, pero dejémoslo en que desde que es entrenador de la Real. Soy
de Montanier porque el personaje aparece discreto y modosito y da la impresión
de que no tenga inclinaciones a meterse en berenjenales que no sean su cargo y oficio. Soy de Montaner porque para
los que nos sentimos humillados, invadidos y ocupados por el futbol es una gran
ventaja que el entrenador local tenga un dominio lingüístico inteligentemente limitado
en los idiomas del lugar. Soy partidario de él porque me parece un eslabón que
no desentona en esa cadena de entrenadores sin carisma mediático pero con
cordura que la Real ha tenido a lo largo de la historia a mi alcance. Y soy de
Montanier porque todos los enterados, a una, le querían echar hasta ayer mismo
y se ha demostrado que los que no sabemos de futbol podemos ser la opinión más
cualificada. Y no dejaré de ser de Montanier mientras siga apareciendo en
público con las vestimentas e indumentarias que habitualmente luce.
Me irrita, tremendamente,
ese modelo de coach que abunda en los últimos tiempos, confundiendo la banda
con una pasarela de moda. Esa gomina que en política derechiza y en fútbol, por
lo visto, erotiza. Esas figuras pitiminíes, a no confundir con la elegancia y
el aseo, esas figuras perfectamente armónicas que se histerizan ante el arbitro
y que disimulan el natural macarra de algunos de ellos. Esos que hacen que el
gol sea metrosexual, que como elogio imprescindible de la imperfección hacen
que celebremos el autogol. Cuartos, y no somos campeones porque la liga es
corta.