Negar que
quienes escribimos y publicamos sacamos a relucir nuestro ego algo más que la
media de los mortales sería negar la evidencia. Pecamos de ego, si tenerlo es
pecado, y quizás también de una ingenuidad y candidez mayores que las que se
nos supone, también en dosis superiores al común de los paisanos. Podemos decir
por qué escribimos y por qué publicamos, pero explicarlo es otra cosa. Puede
alguien pensar que por irrefrenables impulsos que desembocan en el más puro
exhibicionismo. Llegados aquí, discrepo.
Me cuesta
hacerme entender, a esta dificultad mucha gente le achaca intencionalidad y
voluntad de marcar distancias desde una pretenciosa superioridad, falso. No
hacerte entender, porque no alcanzas a explicarte o no alcanzan a entenderte es
un drama. De ahí que intuyendo que lo que se dice, o se baja a la vida real o
costará asimilarlo, uno habla de sí mismo y de experiencias vividas en carne
propia, prueba irrefutable de veracidad
en lo que se dice, y cae en la más pura indefensión ante fundadas pero erróneas
acusaciones de exhibicionismo. Para mí nada es más cierto que aquello en el que
yo mismo me pongo como prueba y testigo.
Pero el
drama se vuelve del todo insoportable cuando un lector te dice que no te ha
entendido e intuyes que lo que le gustaría decirte es que no es solo que no esté
de acuerdo con aquello que no ha entendido si no que está absolutamente en
contra. Y ya es de suicidio cuando tildan de lírico a tu lenguaje o te llaman
poeta. Yo he solido insultar a la gente llamándole poeta. Yo mismo, y no es ninguna
exhibición.