Es importante el sonido en el cine. No porque lo diga yo, lo dicen los
profesionales del cine, que aparte de hacer muchas bellísimas películas, las
hacen también mediocres y de las otras. Bajo el discurso público contra la
piratería, la subida del IVA y los recortes, hay uno privado que despotrica
contra las condiciones de las salas de proyección y alguna otra monserga que
justifica su siempre coyuntural déficit de talento. Pero el sonido debe de ser
importante en el cine porque da la impresión de que la cosa va como en los
concursos de fuegos artificiales en el que el armónico estruendo de la traca
provoca el aplauso a la luz y al colorido. Hoy en día las salas y las películas
emiten un sonido a prueba de sordos.
Sufrimos en esos comienzos de película con
escenas de bar concurrido o discoteca, o calle con tráfico intenso, con las
diez primeras frases entrándonos por los
oídos sin que el cerebro llegue a descifrar su significado. El sufrimiento
crece si la película habla en algún registro latinoamericano de la lengua
castellana y el número de frases que no alcanzamos a entender superan las cien
o más. Cuando eso nos sucede nos irritamos, a tal punto que El Crítico llega a afirmar
que "está
subtitulada en inglés pero en castellano cuesta pillar su lenguaje, su argot,
que es lo que deberían de subtitular determinadas películas sudamericanas al
castellano porque te pierdes la mitad, no te enteras".
Subtitular
el español al castellano, hablar euskera y no batua. Es verdad que algunos no se enteran, que no se enteran de
que el problema no es de oído