No caben excusas
para la carencia congénita de ciertas destrezas pero me identifico con quienes,
torpeza a torpeza, acaban pringados en la más simple de las ingestas de huevo
frito. En los últimos días la cosa ha empeorado, son los propios huevos fritos
los que me muerden desde la mismísima sartén, con el riesgo de acabar
pareciendo un monumento viviente a la inutilidad doméstica.
En una conversación
de los últimos días me dijo, me llegó a decir, a mí, que tampoco la cosa tenía
que ser el llevar la contraria por llevarla y que en eso que estaban diciendo
de los contenedores a lo mejor tendríamos que hacer caso y empezar poquito a
poco. Mi reacción rozó el enfado y proclamé que nadie como yo, en casa, se
preocupaba de separar los plásticos por un lado, el papel por otro. Lo del
papel lo llevo hasta el extremo de pelearme con las piezas de manzana y
peladuras de naranja para arrancarles su mini etiqueta, aunque nos cuesten
mirialitros de agua hirviendo. Además, dije, que contra Izagirre, Bildu, el PP
y el sunsumcorda que sí, pero que a razonable que no me ganaba nadie y que el
último plasticazo que había visto en el cubo a ver si no se le habría caído a
ella. Dijo que imposible.
Maniobré rápido y le
dije que la recogida de orgánicos se iba a hacer a través de un chip con
tarjeta y planteé, inteligentemente, la disyuntiva de quien de nosotros se
haría cargo de la tarjeta. Nadie dudaba pero no se zanjó la cuestión, como que
lo dejamos para la ocasión. El más ecológico, cívico, de nosotros se hará cargo
del chip y sus consecuencias. Erabakiko
dinagu