Con que alegría reivindican algunos la
memoria y que problemática resulta. Será que no la respeto o es ella la que no
me respeta, pero no consigo encajar algunas cosas. He intentado recordar la
última escultura que Nestor Basterretxea plantó en San Sebastián y no me he
encontrado con nadie que se acuerde de ella ni reconozca su existencia. Era una
pieza homenaje a Juan de Astigarrabia. Me lancé a encontrarla y acudí al lugar
que creí que se ubicó por primera vez, más propio para esconderla que para
mostrarla, no estaba y tuve miedo. Creo que la he encontrado, pero no hay
manera humana de enterarse. Debe de ser esta una de las formas del respeto a la
cacareada memoria.
El escultor acabará siendo nombre de
calle o plaza cuando lo que pretendió fue dejarnos obra y no nombre. Echo de
menos esa norma que nunca pude cumplir de no designar espacios con nombres de
personas mientras estas vivan o no hayan transcurrido cinco años desde su fallecimiento.
El colmo de la desmemoria sería que el artista, en una de esas ironías de la
vida, acabara dando nombre a un espacio urbano inexistente o, muy propio
tratándose de un escultor vasco, a un volumen vacío y también inexistente.
El mismo día que nos informan de que
nuestros representantes políticos van a proponer el nombre de Basterretxea para
una plaza del centro Tabakalera sobre las vías del tren, nos informan de la
improbabilidad de su construcción. Se prevé unanimidad, señal de máximo respeto
al artista y a su memoria. Voy a intentar encontrar su última pieza y que lo
sepamos. ¡Qué horror!, la memoria