En hora tonta de día tonto la televisión da una noticia terrible,
más terrible aun al no haber ninguna otra. En una villa cántabra un hombre había
matado a puñaladas a una mujer y herido a otro hombre. Arrancan las secuencias
informativas y, como las prisas son las prisas y el ser primeros y únicos es lo
que cobra máxima relevancia, no sabe uno si se pretende informar o echar a andar
una fuente de rumores y especulaciones. Un periódico, el periódico, llegó a
contar que el agresor había tenido una relación con la víctima. Nuestra
televisión, la de aquí, nos mantuvo constantemente alerta e informados, desplegó
toda su capacidad narrativa para contarnos los detalles del suceso, con el
añadido de que ensayó las mil maneras de no decir que el agresor pudiera ser de
Bilbao. Creo que resultó serlo,
Al
día siguiente estos mismos papeles nos informaban de que los asesinados eran de
una familia muy discreta y muy querida de Llodio, tanto que al decir de alguna
gente de allí “no tenían amigos aquí” y “les consideraban como de Llodio de toda
la vida aunque en realidad no lo fueran” porque el asesinado, proveniente de
León se estableció y fundó familia aquí hará unos 50 años. Abundaba la
información con la infancia y estudios en Llodio de la asesinada y su hermana, y
con la dilatada vida laboral del padre, a más de su condición de testigos de
Jehová.
Se me hace cada vez más despreciable
esa necesidad ineludible, ese valor, de tener que ser de algún sitio, esa gente
que habla como si para ser infeliz fuera preciso ser de algún sitio y no bastara
con solo ser.