Podemos sobrellevar cualquier
injusticia que lancen sobre nosotros, robos, latrocinios, chantajes, imposturas,
violaciones, cualquier cosa. Para todo ello tenemos el correspondiente
protocolo y manual de uso, de muy dudosa efectividad, pero lo tenemos. Lo que
de verdad nos desarma, inquieta y ciega son algunos galardones o reconocimientos
oficiales. No estamos preparados para reaccionar a la ofensa que podamos sentir.
Extrañan, no debiera ser así,
los premios Euskadi de literatura y ensayo en castellano de este año, Idoia
Estornés y Jon Juaristi respectivamente. Son dos figuras de difícil
identificación con el nacionalismo reinante en nuestro país, o incluso enemigos
declarados. Se pueden hacer muchas lecturas sobre la concesión, de hecho se
están haciendo. Desde quien dice que nuestro nacionalismo, el vasco, lava su
conciencia de esta manera hasta los que dudan del derecho al premio de un autor
que no reconoce la existencia de Euskadi (sic).
Personalmente me aferro a la
tesis de la independencia de los jurados y del respeto a su decisión. Me aferro
a la querencia y al cariño que profesan a su tierra y a sus paisanos los dos
autores. Este cariño y respeto, que como a Unamuno y a otros llevamos años
intentado negárselo, lo he sentido en su lectura y con muchas dificultades de
compartirlo. La mayor parte de la gente que me rodea siente un extraño
impedimento para reconocer bondades y quienes van lanzando invectivas, sobre
todo contra Juaristi, no le han leído ni una sola línea, al igual, por cierto,
que los que lo apoyan por pura coyuntura política. Me alegro.