A saber cómo acotarán en la
historia este período que se nos da en llamar nuevos tiempos. Se podrá leer que
será el tiempo transcurrido entre los finales del folklore de la organización
armada –no es mío el término, es de una persona activista y por muchos años
reclusa- y el tiempo que duró el show de la reconciliación, todavía sin
determinar su final hasta que los medios audiovisuales marquen otras
prioridades. Tendremos que absolver a la historia por relatar nuestra vivencia
de modo tan intrascendente y superficial.
Mucha gente lo vive así, como
mero cambio de trámite en el sistema fiscal o en el código circulatorio. Otras
gentes, marcadas a fuego por sus vivencias, tienen que hacer ímprobos esfuerzos
para que no les resulte incomprensible esta actitud. A fuer de pesado, de
obsesivo, de cargante, me inclino por indagar en las vivencias, y dudo de que
esta sea la solución más adecuada, aunque probablemente sí la más justa.
He seguido, desde la
curiosidad, desde el respeto, desde la discrepancia, hasta desde la admiración,
la última trayectoria de Carmen Gisasola, y de algunas gentes más. He leído su
novela Gaur zortzi, observado sus
presencias públicas; no puedo negar un fuerte punto de insatisfacción que no soy
capaz de explicar. De igual manera he sentido su valor al adelantarse a sus
compañeros, al ser tildada de traidora por quienes, cobardes e incapaces para
practicar la violencia, indujeron a otros a hacerlo. Ese esfuerzo merece la mínima
y respetuosa compensación de intentar ponernos en su lugar, tal como ellos; por
aquello de la autocrítica, sobre todo.