Afirman
que intentar explicar Auschwitz es justificarlo. No lo sé. Yo nací nueve años y
medio después de su liberación y no tuve conciencia medianamente cierta de lo
ocurrido hasta muy avanzada la mayoría de edad. La literatura, la ficción, me
ha servido para forjarme una veraz memoria de lo ocurrido. La buena literatura,
la buena ficción, hace perdurar en la memoria hechos que, en comparación a la
historia de la humanidad, no dejaron de ser fugaces, por muy intensos que
fueran y por muy honda que fuera la huella que dejaron. La realidad mata, la
ficción salva, afirma Javier Cercas. Yo matizaría que la que salva es la buena
ficción, no la mala, la que se nos suele querer colar como documentación.
La
conmemoración me ha sorprendido en las primeras páginas de El impostor de Cercas, novela basada en Enric Marco, gran farsante descubierto
horas antes de que pronunciara un discurso en Mathausen, y ante altos
dignatarios, conmemorando los sesenta años del fin del nazismo y representando
a miles de deportados recluidos en campos de concentración. Nunca estuvo en un
campo de concentración pero lo relató de forma tan desvergonzada e inmoral como
fidedigna.
Dice
Cercas que flaquezas colectivas
habilitaron el triunfo de la farsa de Marco y dice Vargas Llosa que debió de
vaciarse de sí mismo y reencarnarse en el fantasma que se fabricó. Me sigue
interesando Auschwitz, sus causas y sus derivadas. Pero la sensación de que
convivo con gentes vacías de sí mismo reencarnadas en ese fantasma necesario
para ciertas flaquezas colectivas no me lo quita ni…