¡Que buena gente es la buena gente! Para los que somos así,
regularcillos, no buenos del todo, nos resulta problemático y todo. O sea, que
sí, que son buenos pero que a nosotros no nos gustan tan buenos. Algo parecido
me suele ocurrir con esa gente, sin duda buena, que suele encabezar
voluntariamente comisiones, grupos de trabajo y similares en colectivos y
entidades sociales y populares. Sin ellos no existirían ni el tiempo libre, ni
el entretenimiento asistido, ni festejos, ni buenas obras, ni todas esas cosas
que se hacen desinteresadamente o no se hacen. He solido decir, a riesgo de no
ser entendido, por ejemplo, que soy partidario de disolver todas las comisiones
de deportes, debiera decir fútbol, de los centros escolares. Sus componentes
motores suelen ser hiperactivos, contagiosos y propensos a equiparar la parte
por el todo. Todos caemos, alguna vez en la vida, en la tentación de
patrimonializar
Mi experiencia y buenos recuerdos me dicen que casi toda esa
gente que trabaja y se molesta por el buen desarrollo de la tamborrada de
nuestra ciudad son buena gente, muy buena -espero que no digan de mí lo mismo
ni lo contrario- pero sí que tienen alto riesgo de caer en la tentación de la
patrimonialización. Me cuesta entender la postura, y más la propuesta, que han
hecho trascender a la posibilidad de una tamborrada de 17.000 unos días antes
del 20 de enero. Tenía tono de propiedad, un tono ciudadano más. Estoy barajando
el ofrecerme voluntario a la 2016. Con la pega, claro, de que nunca me ha dado
por tocar en una tamboreada y no soy mala gente del todo, pobre 2016.