Los resultados de lo escrito, en general, y de las columnas,
en particular, escritos más con la fuerza de la obligación que de la voluntad
me han solido resultar sorprendentes. Días que no he querido salir de casa por
el riesgo de exponerme al más absoluto de los ridículos y he vuelto contrariado
y abrumado por la sensación de tener más admiradores que Corín Tellado. Y días
que he salido con la sensación de haber escrito algo definitivo y brillante y
me he emborrachado de indeferencia o me he dado de bruces, de uno en uno, con
toda la caterva de lectores que me confiesan no entender ni papa de lo que me
leen.
Duro oficio este, en el que, en la intimidad, te defiendes
de los juicios críticos y de los comentarios maliciosos e insidiosos intentando
justificarte con dignidad. Duro porque el pánico al aplauso pesa. Que nadie me diga que le ha gustado lo mío, ni
muestre admiración por ello, pues solo consiguen aumentar desproporcionadamente
el miedo a defraudar, a decepcionar.
Sentado en un banco de La Concha cara al Sagrado Corazón,
temo que le rezaba. Dice usted cosas muy ingeniosas. Le correspondían todos los
viandantes cotidianos que saludaba. Es que es usted muy profundo, cuesta
comprender. Animaba con la proximidad del fin de semana. Recordaba mi último
titulo. Esta semana en euskera, ¿eh? ¡Como escribe! Debido al cariño que
irradiaba y el respeto con que lo hacía le nombré, en lo más íntimo, mi lector.
Puede que el Sagrado Corazón no lo eche de menos pero llevo ya dos meses sin
ninguna referencia de mi lector. Allá donde esté me gustaría que supiera que
sigo escribiendo, también para él, sobre todo para él.