¿Cuántos, como el albañil de César Vallejo habrán
caído o caerán hoy del techo, morirán y ya no almorzarán? Seguiremos limpiando
los fusiles en la cocina mientras hablamos del más allá, y del infinito a quien
busca huesos y cáscaras en el fango. Seguiremos aludiendo al yo profundo a
quien tiembla de frio, tose y escupe sangre.
Abordaremos los problemas reales, no
esos que nuestro enemigo, rival y competidor ponen sobre la mesa. Nos
preocupará profundamente la situación de los 50.000 guipuzcoanos obligados por
la crisis a quedarse en casa durante las vacaciones, o de los obligados por
otras razones cuyo número se desconoce. Descubriremos que nuestra esperanza de
vida no es ni de las diez mejores ni de las diez peores de Euskadi,
ateniéndonos siempre a la geografía más que a la sociología, como lo ha hecho
quien ha confeccionado el currículo de determinada diputada foral, hermana de
un presentador del tiempo en televisión olvidando que lo es de un respetado
historiador, oficio que no vale, al parecer, ni para el currículo familiar.
Seguimos encuadrados en el grupo de
población que ostenta los dos factores de importancia, negativa y decisiva, en
las enfermedades cardiovasculares del futuro; y el gasto público en euskera,
salvo en las capitales, se ha reducido en un 13% en los años de recesión.
Alguien ha hablado en alto en la oficina y ha comunicado el fallecimiento de un trabajador en
Zumarraga. Lo ha hecho con el mismo tono de transcendencia que hasta hace nada
se hacía en los atentados terroristas. Es verdad que no habiendo terrorismo los
problemas reales se ven de otra manera, que se sienten. Desde la cordura.