Lo que tiene de performance artística
reunir 350 formas sagradas en otras tantas misas (200 horas como mínimo) lo
tienen esas reuniones callejeras que se pueden ver en Pamplona concentradas para rezar, en alto y en
público, guiados por un hábito.
No olvidaré cómo, a causa de un concejal socialista vizcaíno
que descolgó un desnudo de una exposición municipal, afronté el reto de firmar
un escrito público de protesta en mis primeros años de cargo público donostiarra.
Me lo puso a la firma un programador cuya prestigiosa proyección perdura. Firmé
pesándome lo fácil que resulta, según el denunciado o señalado, manifestar
determinadas protestas. Apareció el escrito, para vergüenza, suscrito incluso
por cargos, nada respetuosos con la libertad de expresión, que aplaudían y
jaleaban el terrorismo. Exigí a mi interlocutor que al próximo atentado a la
vida de alguien sometiera un escrito de denuncia y defensa de la vida de las
personas a todos aquellos que habíamos suscrito la protesta por el acto de
censura a la exposición o que me olvidara en futuras denuncias.
Resulta llamativa la reacción de la institución pamplonesa a
la desaparición misteriosa de las formas sagradas de la exposición. Resulta
llamativa esa manifestación del alcalde en defensa del compromiso con la
libertad de expresión y… resulta llamativa esa propuesta de reconsideración de
contenidos formulada por el munícipe al artista. Uno, a riesgo de equivocarse,
duda de que los anteriores mandatarios hubieran adoptado esta actitud y, si
fuera ese el caso, no tiene ninguna duda de que lo que les hubieran caído eran…
eso ¡cualquiera lo dice!