Perdonará el lector las dificultades
que encuentre en la lectura de esta columna. Están más que justificadas, la he
escrito con una mano, que no deja de tener su mérito. Si antes malescribía y
malrazonaba con un brazo marchito ahora lo vengo haciendo más manco que Blas de
Lezo que, tullidura a tullidura, alcanzó el grado de almirante siendo ya manco,
cojo y tuerto ¡qué juventud!
En esas iban mis preocupaciones del
inicio de semana, en buscar mancos ilustres. Los más ofensivos y agresivos me
comparan con Napoleón, que de manco nada, pero la postura, ya se sabe. No me
desagrada otro Ramon María, Valle Inclán el pendenciero, que tuvo que arrojar
su brazo al león para salvar el resto de su persona. Tirando por lo vernáculo, berez behar Villabonakoa, me sale el
manco de Villabona, Villabonako besamotza,
imbatible pelotari. Opto por Cervantes, es la mejor explicación de una
manquedad: “como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no
pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la
más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver
los venideros”. Es que fue así, en casa, practicando bricolaje con
destornillador más grande que un bastón.
La paisana, obligada a no salir de su
casa, declaraba desde Bruselas que no tenía que lamentar la pérdida de ningún
amigo, y que su marido, que iba en coche, también estaba bien. Decía que sólo
les quedaba mirar la televisión y esperar nuevas noticias. Supongo que, en
adelante, no tendremos otra triste manera de afrontar lo que nos sobrevenga. Me
consta que hay gente que lo arregla todo desde casa mientras ve la televisión.