viernes, 22 de abril de 2016

ISILDU BALITZ

EL DIARIO VASWCO 22-4-2016

         Non ginen? Zer eguraldi ari zuen? Zein ordutan izan zen? Nola jakin genuen? Zer esan genuen? Nori? Zer erantzun zigun? Zintzo erantzuten saiatuta ere kosta egiten zaigu egia, bere horretan, egia berdaderoa, zein den jakitea. Zaila egiten zaigu geure burua bera ziurtasunez kokatzea iraganeko egun eta uneetan. Ez garela gogoratzen, ezin zehazturik gabiltzala, edo oroimena huts egiten hasia zaigula aitortzea zintzoago litzateke, ziur usteko zenbait erantzun eman baino. Ziurtasun osoko erantzunak susmagarriak dira. Nik uste horrela erantzuten dutenek buruan izan ohi duten galdera non egon behar zuketen dela, ez non zeuden, eta horregatik ematen dituztela erantzun inozo gisakoak.

         Ez zegoen nonbait, gure gizona, 1997ko uztailaren hamabigarreneko larunbat hartan nire, eta askoren, ustez beharko zukeen tokian. Zarauzko plaian omen zeuden eta hango isiltasuna omen du gogoan. Eta idazleari, isiltasuna ez da aterpe esatera ausartu zen idazleari, isiltasun horren koldarkeria, indiferentzia, konplizitatea nola aurpegiratu diguten otu zaio. Eztanda eta orro egiten omen zuen isiltasun hark, errezoak utzitako jendeak otoitz egin omen zuen isilean. Hiltzaileek isiltasuna ulertu gabe hil omen zuten. Irakurle zenbaitek biziki eskertu dio orduko bere isilari, oraindik, hitz dotoreak jartzea.


         Donostiako kaleetan gizon batek, ahots gora, aita gurea errezatzeari ekin zion, gazteleraz. Ez nuen gogoko gizon hura, ez eta errezoa ere. Bitan entzun nion eta eskertu egin nion zorigaitzeko errezoa. Isiltasuna ozeano bilakatu zitzaigun eta han ito gabe atera ginenok gogoratu egiten dugu eta min ematen digu oroitzeak, nire kasuan neure oroimenei burla egiteak adina ia, edo gehiago.   

viernes, 15 de abril de 2016

BUFFETS CARTUJOS

EL DIARIO VASCO 15-4-2016


         Pensando en escribir sobre la pésima impresión que me produce la dirección que lleva el mundo, estaba sumido en el más hondo y oscuro de los pesares. Se me extravió la cartera. el artículo seguía en las mismas y mi prioridad era otra, mi cartera. Me di cuenta de que si no la encontraba mi serenidad de juicio para pronunciarme con nitidez sobre cualquier problemática de la humanidad estaba seriamente afectada. No había cuestión que planteara sin que se interpusiera la dichosa cartera. La encontré, recobré la serenidad y he vuelto a pensar sobre el mundo.

         Lo veo en dirección equivocada, a peor, ahondando injusticias, promoviendo desigualdad, matando de frio, de hambre, de insalubridad, autoagrediéndose impotente, sumiso. A su vez, observo lo que me rodea y todo desborda solidaridad. Los bancos son patronos benefactores de ONGs, las compañías de energías destinan nuestros descuentos promocionales a la filantropía, los hiper dan de comer a medio mundo con nuestros cupones, las iglesias recaudan, de puerta a en puerta hay un pintxopote solidario, un vino de misericordia, una chistorra de generosidad, un evento popular y advocativo. Nunca hemos tenido tanta oportunidad de ayudar y las tragedias gritan, cada vez más fuerte.

         Sigo pensando y separo caridad, dar de lo que no te es imprescindible, y solidaridad, compartir lo que te es necesario. Ante una puerta, una de muchas, me asalta el temor de que alguien, conocido y de mi edad, me intercepte y reproche que no hago nada, por ejemplo, por los sirios. Es la puerta de una sociedad que celebra una comida que recauda fondos para los refugiados; patatas y pollo, nada… por ayudar.

viernes, 8 de abril de 2016

PEDANTERÍAS

EL DIARIO VASCO 8-4-2016

Pescatera, arriero, carbonero, son oficios que en nuestra tradición hemos ligado a personas de no muy buen hablar... bocas negras, lenguas viperinas, expresiones insolentes. Es la única justificación que encuentro para entender cómo un académico de la lengua como Félix de Azua haya podido afirmar públicamente que la alcaldesa de Barcelona debiera estar sirviendo en un puesto de pescado.

Por segunda vez en estas líneas tengo que reconvenir a un escritor que admiro. Recomendar a cualquier persona una profesión que no ejerce porque en la suya no es competente, es un desdoro para esa profesión, en este caso para las personas que sirven en un puesto de pescado. Cualquiera puede ser un incompetente en todo.

Me suele doler mucho, y sufro, cuando gente que respeto mete el zanco tan escandalosamente y no rectifica. La arrogancia es lo más insufrible, y si va aderezada con pedantería uno pierde la fe, se le van despoblando todos sus pedestales.

Ya en el siglo XVI a Montaigne le molestaba que se erosionara la honorabilidad de los maestros porque en las comedias viera a pedantes haciendo de bufón. Trataba de justificarlo por el desacuerdo entre el vulgo y las personas singulares y sobresalientes en juicio y en saber. No entendía que los hombres más refinados fueran aquellos que más desprecio les profesaban. Descubrió con la edad que los más grandes doctos no son los más grandes sabios. La zafiedad pedante es pecado más propio de un, así considerado, digno columnista que de un aceptable literato. ¡No!



viernes, 1 de abril de 2016

DOCTOR

EL DIARIO VASCO 1-4-2016


         Le ataca la melancolía y lo pasa mal. Es un convencido de la bondad de lo público. Si por él fuera privaría de libertad a esos jaleadores de la excelencia de lo privado, gente necesitada de desigualdad para ser. Está en mala edad, en esa edad en que la gente, por sí misma o por sus allegados, empieza a ser asidua de los servicios médicos y de salud, y de otros que mejor no nombrar. En los últimos dos años ha sido un habitual de Osakidetza. Para él, la nación vasca debería representarse mediante Osakidetza o el sistema público de educación, más que por ikurriñas, lauburus y demás aderezos. Servicios de urgencias, enfermería, hospitalizaciones… admite la posibilidad del error, pero le soliviantan las críticas, le parecen gratuitas, ganas.

         En la antesala del especialista observó la cola de pacientes, personas mayores, movilidad condicionada, gente propicia a perderse, a sentirse derrotada ante la informática, enfermera puntualmente dispuesta. Vio llegar, con retraso, al médico. Los pacientes entraron y salieron en un tiempo desproporcionado a su limitada movilidad. Le tocó entrar a él, saludó y, tras breve espera, se sentó, sin invitación, en la silla frente al facultativo. Este le preguntó, imperativo cual antiguo comisario de policía, cómo se llamaba. Miró al ordenador y le prescribió las pautas a seguir. Estaba ya fuera antes de la hora marcada para la entrada.

Tambaleó su mito, Osakidetza, y le volvió esa melancolía sin tratamiento. Pensó que algunas no serán obligaciones médicas de convenio colectivo o profesional, pero él está convencido de que, sin ser gravoso para las arcas públicas, el saludo de un médico, cura, y la amabilidad… hasta puede resucitar, doctor.