Le titularon la entrevista diciendo que
a los políticos les toleramos cosas que en una empresa privada no les
permitirían. Es un intelectual serio y que no se prodiga en tonterías a pesar
de que, esta vez y a mi entender, tenía el punto crítico un poco chato, cosa
que le hizo decir algo con que muchísima gente está completamente acuerdo. Se
me fue el recuerdo a aquellos tiempos en que uno iba a cualquier ventanilla o
mostrador de administración pública con un miedo general e indefinido a no se
sabe qué, a poner a remojo su problema en un océano de ineficacia. Hoy, nos
arrimamos a esos lugares, con la seguridad de nuestros derechos y con altas
probabilidades de encontrarnos con gente que nos atienda amable y gentilmente.
Desde luego que la probabilidad es más alta que en esas empresas privadas
llamadas bancos o cajas, donde se va a ingresar diez euros, cancelar ese no sé
qué, o modificar un dato, y se sale patrocinado por un problema que no se tenía,
y que antiguamente se solucionaba fácilmente, pero que hoy no deja de perseguirle
a uno a perpetuidad.
Me pregunto yo cuantos cuñados,
sobrinos, amigos y gente ineficiente rondará en las esferas privadas de las
empresas sin evaluación de capacidad o aptitud. Y, no es que me lo pregunte,
estoy seguro de que la corrupción en la política pública sería imposible sin
corrupción en empresa privada ¿Quién, qué, para qué y para quién corrompe? Nunca
censuraría a un joven, a un amigo, un familiar, diciéndole que lo que hace no se lo consentirían
en la empresa privada. Ocurre que en todos nuestros ámbitos los sinvergüenzas
empiezan a ser mayoría y tenemos que empezar a frenar el elogio incontrolado.