sábado, 7 de enero de 2017

ESTUFAS

EL DIARIO VASCO 6-1-2016



Los bueyes llegaban al pie de las escaleras del pórtico. Allí descargábamos la leña para la estufa de la escuela de aula única, niños mañana, tarde las niñas. Se usaba para calentarnos, un decir, nos calentaban más a palos, y ocasionalmente el maestro sordo también calentaba la pila agotada de su audífono. La leña corría hasta la leñera, de brazo en brazo, en la larga cadena que formábamos los escolares, futuros genios de Urrestilla, todos sin excepción.
El maestro castigó sin recreo a los chavales de una vertiente de caseríos y alguno más, hoy todos gente de provecho. Ni eran mala gente, ni amigos de la escuela, ni hablaban castellano, ni hacían cosas que al resto nos parecieran raras. Eso sí, a la vuelta del recreo nos encontramos que se habían meado a la estufa, memorable fechoría. Sí que me asustaba su fuerza en tiempos en que a los más pequeños nos zurraban los más mayores sin temor a que los adultos les pidieran cuentas. Uno de aquellos, ni sádico, ni violento, pero mayor que yo, cruzó la calle con sus abarcas y burro, aprovechando la impune soledad me insultó: ¡ojos cuatro! Yo era el único gafoso de siete años en el pueblo.
Leo Rondó para Beverly, escrito por John Berger a su esposa fallecida y escucho el rondó de Beethoven que lo inspiró. Berger recuerda el banco en el que se sentaba con ella. El ayuntamiento lo había plantado en la parada de autobús para los niños de un caserío. Ellos, adultos, se sentían raros porque los pies no les llegaban al suelo.
La probabilidad de que estos últimos días de vacaciones nuestros gobernantes no hayan dado la orden de calentar con antelación las escuelas me aterra. Pensar que puedan sentir frío hace que mis pies no lleguen al suelo. 

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