viernes, 21 de abril de 2017

AQUÍ Y AHÍ

EL DIARIO VASCO 21-4-2017

         Al salir de mañanera me han sorprendido las rosas, enormes y vigorosas, del pequeño parterre público. Dejo de mirarlas para no romperlas. Bordeo el río, cuatro kilómetros, como despidiéndome de él hasta el otoño. No lo volveré a ver. La desbordante vegetación, alisos, fresnos, zarza y maleza, maleza y zarza, lo cubren de sombra e impiden mi vista y acceso. Fluye el agua, pero imposible acceder ni a mojarnos la punta de los dedos. Nuestras políticas medioambientales parecen exigir que determinados habitantes, por mor de la preservación incontrolada, vuelvan al taparrabos. Las explotaciones forestales inundan de mierda los márgenes verdes; en las urbes recortan, acicalan y manipulan lo verde a voluntad.
Vuelvo a casa intentando saciar la curiosidad que la fuerza de la naturaleza provoca a la nieta mayor. Alguien se ha llevado las rosas del parterre, no ha dejado ninguna. La nieta menor me pide una madalena, la de Proust supongo. Se ha comido el papel y ha tirado la madalena. A cada cambio de paquete la mayor me pregunta a ver si la pequeña ha ya cagado el papel. Vuelvo a oler cómo brota la naturaleza. Los caseríos del margen del río, los conocí con más de trescientas personas, apenas acogen, hoy, a veinte. No hay ganado en ellos. Dicen que la ganadería, hoy, provoca más gases de efecto invernadero que todos los coches, aviones y trenes juntos.
Tiro el libro de Berger que estaba leyendo, ¡anda ya! Con la última de Trueba me siento en un banco de Alderdi Eder. Desde cierta distancia es preciosa la barandilla de la Concha. Pero empiezo a imaginar que la gente que empieza a acudir a ella, cada vez más en masa, la cubre, como las zarzas el río, hasta que desaparece de mi vista. Y…


viernes, 14 de abril de 2017

FEDATARIAS

EL DIARIO VASCO 14-4-2017

         El jueves santo, nos dejábamos la piel a campanillazos en el solemne gloria y asistíamos a la maravilla de descalzar a los curas en el presbiterio para el posterior lavado de pies. Era una fe muy higiénica. Encarcelábamos al santísimo y empezaban sus guardias. Por la tarde mujeres, a la noche hombres, hombres que después no perdonaban la partida; de madrugada jóvenes luises, etílicos, devotos, y a la mañana del viernes volvían las féminas. A madre, cumplida y cumplidora, le solíamos acusar de fe tibia, cualquiera que fuera, siempre le tocaba la peor hora y soltaba preces y razonamientos que nos parecían disertaciones lindantes con el ateísmo. Un amago de rebeldía que la convertía en única.
         Incluso hubo un tiempo que en Urrestilla, desconozco la razón, se crucificaba a Cristo en jueves, por adelantarse a Azpeitia se supone, aunque allá pensaran que era por heterodoxia patológica. Desde el viernes hasta la resurrección el silencio era ley, no se debía oír un solo repique.

Aquel sábado santo jugábamos en la plaza la habitual y abundante chavalería. En ocasiones la familia del sacristán nos solía pedir a los chavales que tocáramos el ángelus en su lugar. De grado, corríamos con gran jolgorio y el primero que llegaba repicaba los nueve toques. Nunca fui primero por lo que tenía que rogar que me dejaran vez. Aquel sábado de gloria observé que nadie se movía y aproveché para llegar, por fin primero, sigiloso al campanario. Repiqué un ángelus íntegro, que en el silencio debió de sonar como un cañonazo. Salí, triunfante y cándido. Mi servicio religioso se había convertido en ira pública excomulgatoria, por la atroz locura y majadería que había cometido. Ni por esas se enturbiaba mi fe. 

viernes, 7 de abril de 2017

SÍ, YA, DISCRECIÓN

EL DIARIO VASCO 7-4-2017

            No quedaba otra, discreción. Discreción era, tercera acepción, reserva, prudencia, circunspección, mejor callados. Si lo decías, no lo ocultabas o, mala suerte, se hacía público, la gente, la sociedad civil, septentrional y meridional, huía como de la peste. Eras un estigmatizado obligado a ocultar la vergonzante marca por discreción y con discreción, sensatez para formar juicio y tacto para hablar u obrar, según la primera acepción. Siempre se exigió no hablar ni alto ni claro, hacerlo con discreción, es decir, con el don de expresarse con agudeza, ingenio y oportunidad… hasta que te callaran y te segaran el movimiento. Y discretamente, calladamente, no siempre dignamente, se ha vivido y sufrido.
         Hoy se nos exige compostura, no alimentar la conciencia de sometimiento, ser casi indignamente callados al menos unos días, hasta nueva orden, no deslucir el aquelarre. Se vuelve a pedir que ni se grite ni hable alto, que se contenga el dolor y su recuerdo, que no se diga ¡ay!, que cualquier grito de dolor puede exasperar a la generosa fiera, en su penúltimo, nunca último, sarcasmo. Que es obligado festejarlo. Que es preciso callar porque trabajan los artesanos, que no es la hora de pacifistas rupestres, paleolíticos, de los que intentaron vivir de pie. Que no se la despierte hasta el sábado.

         Lo celebro, y rabio. Rabio por quienes aún no ven la calamidad histórica. Por quienes, recurrentemente, nos suplantan creando la excluyente figura de una falsa sociedad civil, aquella que vivió de espaldas al dolor, en un intento de perpetuar la deslegitimación del sistema democrático. Lo celebro y pido un trato penal y social más humano que el que hasta ahora hemos dispensado.