En un alboroto en la calle se llevaron
presos a Artemio Zarco y Miguel Castells hijo. Cuentan que tras ellos vieron
como metían en el calabozo a Castells padre, defensor de su familia y de cuanto
joven se alzara contra la dictadura. Viéndolo, concluyó Zarco, para sí, que
aquello era inaudito, una situación que superaba toda expectativa.
Me encuentro leyendo un precioso texto
homenaje de Luis Castells a Ramón Recalde. La reacción del viejo Castells, había
hecho la guerra con los facciosos, a las torturas y al consejo de guerra a su
yerno le supuso la ruptura con su medio social y la hostilidad de alguna
sociedad señera de la ciudad. Por su posterior activismo antifranquista lo
juzgó el TOP, caso único de un notario bajo el franquismo. Cuenta Luis, niño,
los días de navidad y reyes que pasó en Carabanchel con su cuñado condenado y
la despedida que le propiciaron el resto de los presos, a coro con el “adiós,
con el corazón”. Le marcó una pauta que se plasmó en una intensa actividad
antifranquista, con abundantes resabios sectarios y comportamientos
políticamente infantiles.
Me encuentro también, en la calle, con
una manifestación que exige derechos para los presos de nuestra organización
terrorista. Dudo en desviar mi recorrido, como en otros tiempos, en doblegar la
mirada, como en otros tiempos. Decido mantener la cabeza alta, la mirada alta,
ojos frente a ojos, no habría, si no, libertad. Me obligo a no humillarme, ni
tener miedo. Busco la manera de dar a entender que mi mirada alta, no es, no
quiere ser, altiva ni altanera. Busco decir que son ojos que buscan la libertad
de mirar, que buscan interlocución y que no saben si aciertan a expresarlo.