Sí
que es imposible lo de los futbolistas. Les acarrea peores
consecuencias profesionales y personales una palabra, una frase sin
contexto, que cualquier fallo tonto de irreparables consecuencias.
Tienen que temer más a las personas, a los amigos, a los
conciudadanos, que a la autoridad u otras adversidades. Pueden matar
al árbitro o apalear a un colega sin que les falte el aplauso. Pero
a la hora de utilizar la palabra, esa arma que tanto hiere, tienen
que ir con más cuidado que si manejaran un explosivo a punto de
estallar. Sus patronos les hacen hablar y no suelen saber qué decir.
¿Conoce el lector algo más aburrido, más tópico y con más
latiguillos, que las declaraciones de los futbolistas? Serán
personas encantadoras, pero, como grupo ¡Dios que repeinamiento!
Al
mismo tiempo que la organización armada reconoció el daño causado,
hemos sabido que Íñigo Martínez, de pequeño, delinquía, pues
vestía la camiseta del Athletic. Han difundido su percepción de que
no era del todo feliz en San Sebastián, es de tontos ser
completamente feliz en cualquier sitio. Nos ha enervado la aspiración
de cualquier profesional a superarse económicamente. No le hemos
perdonado decir que nos quería cuando probablemente sí que nos
quiso. Y le exigimos que no manifieste consideración por su nuevo
patrón.
Acorde
a los tiempos que corren propongo una prueba de convivencia. Que en
el derbi se reciba a Iñigo Martínez, mal genio y tatuado, mira que
me cae antipático, como se merece, no cantándole el Boga-boga, pero
sí como se recibe a los artistas al salir al escenario, con un
aplauso. ¿No somos una de las aficiones más nobles, si no la más?
¿O hemos perdido, también, esa seña de identidad?