Parece ser que fue acusado de algún
delito sexual y la denuncia no prosperó ni en el ámbito policial ni en
tribunales. Salvo rumores ya no hubo noticia pública de él, ni certeza alguna.
Acudió a las fiestas del pueblo vecino. De madrugada fue a tomar alguna bebida
en la txosna de la comisión organizadora. Le negaron el servicio y le
conminaron a abandonar el pueblo. La txosna encendió las luces de cierre y el
grupo musical interrumpió el concierto. Tengo entendido que abandonó la plaza
en medio del silencio condenatorio.
No acabó ahí; acudió a uno de los bares
del pueblo donde volvió la conminación a abandonar el pueblo y a negársele el
servicio. Volvieron a encenderse las luces y callar la música. Parece ser que
al fin consiguieron que se largara el reo del populismo punitivo.
Desde que me lo contaron no he hecho más
que volver a contarlo y discutir, discutir y acalorarme hasta callar. Me niego
a pensar que no haya nada que hacer. Me niego a creer que las largas vísperas
del holocausto europeo no empezaran con persecuciones de ese estilo. Tampoco
ellos tenían ninguna duda de a quienes asistía la razón. Me niego a aceptar que
la justicia es una utopía, un imposible. Me niego a coincidir con gente que da
alas a sus fobias aprovechando la coyuntura más ventajista. No acepto que la
frivolidad mediática, la ignorancia jurídica, la épica del linchamiento y el
castigo popular sean nuestra justicia.
Es horrible, y de consecuencias y
riesgos incalculables, que gente aparentemente serena, gente con cerebros bien
armados, vayan propagando que la denuncia es inútil, que mejor no hacerlo.
¡Manadas mil!