Estremecen los titulares de prensa y los
noticiarios. Me estremecen, también, las opiniones ciudadanas que patean la
calle, tan campantes. Veo que pululan por Europa sentimientos marcados de
diferencia, utilizados para que impere la insolidaridad. Miedo a las libertades;
el miedo a la libertad fluye, cada vez con más fuerza, en territorios europeos
abonados por la amnesia.
Que miedo dan, pánico, aquellas gentes
susceptibles de ostentar una responsabilidad pública que, incapaces de admitir
diversidades, coloridos y matices, insensibles a las características
sociológicas, negadoras de la diferencia entre el trabajador y el patrón, antes
divisan a un español que a una persona ¿Es humano apreciar en el prójimo su
condición nacional antes que su condición personal?
Otra forma idéntica de divisar sólo españoles,
más común en nuestros dominios, es esa forma de verlos en todo lo que no es
vasco, como si ser aragonés, murciano, manchego o lagarterano fueran
circunstancias, sin derecho ni apelación, borradas y diluidas en lo español.
Esa manera tan irritantemente identitaria es la que practican aquellos que sienten
mermada su identidad por el vecino, nieto de sorianos, más proclives a
identificarse con el pintor de Ekain o el vasco de cinco mil años que con su
vecino de portal no nacionalista.
Me aterra pensar en un futuro en el que
los nacionales, descendientes seculares de vascos desembarcados en Terranova,
Freeport o La Habana, en el XIX, puedan ostentar la facultad de decidir sobre
los problemas educativos, sanitarios, laborales o de cualquier otra índole, de
las personas con marca de ciudadanos, todos vascos, claro, hasta que dispongan
otra cosa.
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