viernes, 23 de noviembre de 2018

INJURIOSOS

EL DIARIO VASCO 23-11-2018


Me irrita la frecuencia de uso de la palabra facha y la ligereza con que se suele pronunciar el calificativo. ¿De cuántos escritores, intelectuales, representantes políticos y de personajes públicos no hemos oído decir que son unos fachas? Es la manera más contundente e irracional utilizada para evitar un debate razonado o un diálogo razonable. Si nos atuviéramos a la intención de quienes sueltan el calificativo deduciríamos que la academia de la lengua debiera modificar las acepciones de la palabra y sustituir aquella que significa fascista por una que se limitara a indicar que es palabra usada para calificar a alguien a quien se profesa gran antipatía, mal motivada y generalmente por gente indocumentada y arbitraria. A pesar del reaccionarismo cabalgante no hay tanto fascista entre nosotros. Es un adjetivo demasiado serio para soltarlo de cualquier manera y ante cualquiera. No merece esa frivolidad todo el daño sufrido.
Y ahora se nos ponen de moda golpista y racista. No me creo yo que nuestros parlamentos sean una covacha de fascistas, golpistas, y racistas. ¡Ah! Se me olvidaba, ni de machistas. Pero antipáticos empiezan a caer un rato largo todos aquellos que hacen que el diálogo político sea una sucesión de insultos y ofensas macarras y barriobajeras. El congreso de los diputados da vergüenza, por cierto, no más que su émulo, nuestro parlamento autonómico, cuando sus señorías se entretienen jugando a ver quién la suelta más grande o más sucia.
Cuando nuestros representantes vieran que flaquean ante su audiencia, que sus argumentos pasan desapercibidos, que su discurso aburre, nos harían un favor callándose educadamente antes de empezar a ultrajar con insultos necios o latiguillos patrioteros.

viernes, 16 de noviembre de 2018

PENAS

EL DIARIO VASCO 17-11-2018

Julián Joxe nunca fue mal chico. Travieso como la media, más o menos, y de joven sí que pasó por un período algo bala. Ardores juveniles le llevaron a ser atleta rural, pentatleta, y a apropiarse de alguna esfera pétrea de verja de casa noble para sus entrenamientos, actos más de pícaro que de ladrón. Casó con Luisi y se instaló en el pueblo y domicilio de los padres de ella. Casa y pueblo, entró con buen pie. No se le recordaban defectos reseñables, salvo ese pequeño exceso de mundanía que algunos profesionales autónomos prósperos suelen asomar hasta que se les va haciendo próximo el momento de la pensión. Hasta fue elegido concejal.
            Un buen día la discusión de la esposa con sus padres se acaloró más de lo normal y Julián Joxe, expeditivo, adoptó una decisión que, vista desde hoy, fue más digna que inteligente. Salió de aquella casa argumentando que su mujer, la hija de la casa, nunca más volvería a ser tratada de aquella manera. La esposa no cruzó el umbral y nuestro personaje se tuvo que venir para el pueblo sin compañía. Los días que le sucedieron la comidilla fueron las vueltas que Julián Joxe daba a la centralita telefónica con las intenciones que todos le suponíamos.
         A mí mismo me pasó un día que discutí y salí de casa sin mi habitual servicio de escolta. Cerrada la puerta me di cuenta de mi situación. Llovía y no había alma en la calle, me refugié en mi paraguas. No volví a casa hasta que no tuve conciencia de que mi felicidad dependía de factores que eran mucho más importantes que una falsa sensación de indignidad.
         Cuánto me acuerdo de Julián Joxé, y de mi paseo sin escolta, cuando me llegan los ecos, pavorosos muchos, del Brexit y del procés. Pena, no envidia.
 

viernes, 9 de noviembre de 2018

PRIVACIDADES

EL DIARIO VASCO 9-11-2018


Si las instituciones, en lugar de pagar las inversiones en carreteras y vías ferroviarias, decidieran repartir el importe total del coste entre cada uno de nosotros por igual, harían una distribución equitativa, la más justa, de los recursos de todos. El adjetivo a añadir a esa justicia no me sale. Si encima nos dijeran que ahí nos las arregláramos, nunca faltaría un grupo de gente que hiciera algo a su exclusiva conveniencia y nos intentaran convencer de que su acción supondría un gran ahorro de gasto público. Sería todo muy distinto. Igual, casi, como si en lugar de curarnos el cáncer, la gripe o el reuma, nos dieran en mano la parte de gasto que nos corresponde en la financiación del sistema de salud y nos las tuviéramos que arreglar cada uno. A lo mejor llega esa equidad y nos vacunan del todo y de todo.
         Es un debate que razonable y civilmente se produce, casi sin interrupción, en el terreno de la educación. Al hilo de nuestros próximos presupuestos y con la perspectiva de un debate general, proclaman a los ciudadanos las redes privadas, ikastolas y cristianos, que estas políticas les obligan a cobrar cuotas, que sus recursos son limitados y no pueden responder a las reclamaciones salariales sin aumento de la portación pública.
         Mala es, en mi opinión, la proclama. Mala la falta de pudor de quienes exhiben de forma simultánea la voracidad financiera y su carácter y vocación incongruente y soberanamente privados. Pero inadmisible es que se inculque en los escolares de esas redes la conciencia de que los impuestos de sus padres pagan la educación pública y que el sistema no aporta un céntimo en la suya. Falacia e injusta diferencia.

viernes, 2 de noviembre de 2018

DE ANIMAS

EL DIARIO VASCO 2-11-2018


                El de ayer solía ser el día de todos aquellos que están en el cielo cristiano sin nosotros saberlo, al no estar canonizados. El de hoy era el triste día de los difuntos, de almas en espera de purificación sufriendo en el purgatorio. Acumulamos conocimiento litúrgico y de rituales fúnebres para un sinfín de doctorados. Nuestras vivencias funerarias infantiles eran una celebración. Nuestras insistentes visitas a las capillas ardientes mandaban a los difuntos al otro barrio como si se hubieran meado encima, nos pasábamos día y medio rezando rápido y echándoles la bendición con isopazos o laurelazos de agua bendita. La gente del velatorio se ocupaba en sus cuchicheos y algo de anís. El vivo al bollo.
         El acto estrella, llegaba en el momento en que metían al difunto en su fosa de tierra. Tras humildes y resignados latinajos y responsos, entre los alientos fatigados de portadores y allegados, las allegadas no iban, depositaban el féretro en lo hondo y sacaban las cuerdas. Alguien tiraba suavemente un puñado de tierra sobre el féretro. Se abría la veda, nuestras inocentes y cándidas manos buscaban puñados de tierra y piedras, a más grandes mejor, y despedíamos a la triste ánima con una lluvia de piedras como si la hubieran lapidado. Hasta el próximo funeral.
         Recuerdo una vez en que no nos atrevimos a perpetrar la ceremonia. Fue el entierro de una abuela extremeña. No olvidaré la impresión que me produjo la insólita escena del hijo de la finada lanzarse sobre el féretro entre escandaloso llanto y gemidos agudos. Que bien poco debió de llorar cuando en vida hubo algún momento en que le dio puerta, es lo que me dijo una persona mayor que consideró que no merecía compungimiento alguno determinada gente. También me impresionó.