Santa Cecilia era el día en
el que el coro de Urrestilla, mi coro, celebraba su día, Santa Zezilia eguna,
sin variantes ruralizantes ni fonetismos rústicos sibilantes y xuxurrantes. El
coro cenaba y cantaba. Ya en el camino de
la cultura, religiosa en exceso, supimos de la oficialidad del patronazgo de la
dama Cecilia sobre todo lo que fuere música o tuviera relación con ella en el
mundo. Tenía su importancia aunque no llegara a casta en el santoral, pues,
aunque compartido tenía himno. El himno que en marzo cantábamos a San José
servía para, en noviembre, cambiándole la letra, cantar a la virginal Cecilia,
patrona celestial del hombre que en la tierra ansía a dios cantar. Renuncio a relatar
su biografía por temor a incurrir en procacidad indocumentada.
Un litigio neurológico me da
a conocer a la diosa Siringa (jeringa, tubo, flauta), diosa pretendida y
perseguida por el desagradable fauno Pan, hijo de Hermes y una cabra, hasta el
punto que Ladón, un rio dios, la tuvo que convertir en junco para protegerla de
éste. El agradable sonido que ese junco, Siringa, produjo al soplo del aire
impulsó a Pan a cortarlo y fabricarse un flauta, que tocó durante el resto de
su vida hasta creerse el dios de la música.
Y así va descubriendo uno las miles de expresiones de la
malicia y del candor humanos, dispersados por infinidad de mitologías, hasta
cerrar el círculo con el sorprendente Xixili eguna que rezan nuestros titulares
arrancándome jirones de identidad, y confundiéndose con ropa íntima femenina,
cada vez que lo hacen. Yo, solo quería felicitar de víspera a cantores, músicos
y similares en su día.
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