sábado, 11 de febrero de 2017

ILUSIÓN Y VÉRTIGO

EL DIARIO VASCO 10-2-2017

He disfrutado leyendo el libro Días de ilusión y vértigo, 1977-1987 de Eugenio Ibarzabal, todo un personaje. Quito, naturalmente, aquello de que en este tipo de libros los autores tienden a contar las cosas dando a entender que estuvieron allí, donde la cosa se cocía, y que de no haber estado ellos no hubieran sucedido o no hubieran sido tan importantes. Todos aderezamos nuestro pasado seleccionando las fuentes documentales. No por ello diré que del relato de Eugenio cabe deducir que si por él no fuera Lete hubiera cantado sin guitarra, Caro Baroja se hubiera vuelto a malenamorar o Mitxelena hubiera vuelto al 36. Más ella de los acuerdos y desacuerdos, de las filias y fobias de cada uno de nosotros, le agradezco el énfasis que pone en resaltar personas, decisiones y acontecimientos que priorizaron la consecución y consolidación de la democracia por encima de cualquier otra aspiración, porque, para decirlo de manera suave, no todos estuvimos a la misma altura en aquella época.
Entre los infinitos recuerdos, fluyen improvisaciones, luchas generacionales, decisiones lúcidas, crasas equivocaciones, maldades prorrateadas, ingenuidades suicidas, relaciones convulsas, asunciones de responsabilidad. No diré que de tales colisiones saliéramos totalmente ilesos pero sí bastante más sanos de lo que pudo ser, aunque hay hoy todavía quien necesita de fuerte tratamiento.

Sonrío en las líneas en la que habla el socarrón Ricardo Etxepare diciendo que, perteneciendo él al máximo órgano de gobierno, pensó siempre que había otro órgano en la sombra que tomaba las decisiones, porque aquello que veía no podía ser verdad. De aquella verdad, de aquellas grandezas, canalladas, indecisiones… nos viene mucha de nuestra dignidad, no siempre atacada.

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