DV 25-5-2012
Los tiempos cuyo objetivo era sobrevivir empiezan a quedársenos
lejanos y hoy vivimos tiempos de ánimo de perdurar en la historia. Hemos salido
vivos y lo queremos contar, y se descubre que contar no es actividad inocua ni
inocente. Nos preocupa quien lo haga y a quien.
Casi todos
coinciden en querer contárselo al futuro, hijos, nietos y generaciones
venideras depositarias de la historia, loable empeño de oferta de veracidad al
porvenir. Aunque, todo hay que decirlo, en el porvenir, si el tema interesa no
faltará quien desenmascare la mentira e indague hasta dar con la verdad,
contemos nosotros lo que contemos. No sé yo si es que no sería más útil y
provechoso que nos dejemos de chanfainas, futuros y posteridades y nos lo
contáramos a nosotros mismos pero con honradez. Es de reconocer que el empeño
entraña dificultad pues, siempre siempre, es a nosotros mismos a quienes
primero nos engañamos. En el fondo lo que queremos es no quedar fuera del
relato y, menos, salir mal parados en él. Toda la pelea se reduce a eso, a
decir que fuimos, a decir que no fuimos lo que parece y sí que fuimos los
mejores.
Sí que me
preocupa el relato y quien lo haga, sí y mucho. Sí que me preocupa no salir mal
parado. Pero preocuparnos, preocuparnos de verdad, nos debería preocupar esa
gente que al contar las cosas no
recuerda ninguna equivocación suya en la memoria y cuenta cómo siempre y en
todo momento estuvo donde debía y con quien debía. Sospechemos de todos quienes
pretenden contarnos lo sucedido sin que previamente reconozcan errores, y
abundantes, en su trayectoria vital.