EL DIARIO VASCO 25-11-2016
Cuentan cómo una bebé ha sido hallada en un contenedor. Alguien oyó algo que le pareció un sonido animal que resultó ser el llanto de una criatura, ante lo cual llamó a una patrulla de la policía autonómica que por allí pasaba y se responsabilizó del rescate. Me preguntan, y me pregunto yo, que qué es lo que sucede entre el instante desde el que se aseguran de que es una bebé y el instante en que la ertzaintza interviene. Eran segundos, o minutos que pudieron resultar letales.
Cada vez con más frecuencia nuestras noticias enfatizan la plausible actuación de algún policía de paisano, bombero o similar que pasa por allí e interviene de forma ejemplar y heroica salvando a la persona que se ha caído al río, a las vías del tren, o se quiere tirar por la ventana. A fuerza de no explicitar, deduzco la pasividad de la ciudadanía que se limita a ser testigo incógnito, cuando no oculto, que se limita a no meterse en problemas.
¿Cabe preguntarse si esto que digo es así? ¿Tenemos la ratio más alta de policías y salvadores del mundo? Evitar, por favor en este caso, las dobles lecturas. ¿Las crónicas de los sucesos se redactan directamente en los gabinetes de comunicación de las policías? ¿Tan arraigada tenemos la idea de que ayudar es meterse en problemas y buscarnos líos? ¿Hemos burocratizado del todo la solidaridad humana y, como mucho, llamamos y nos vamos? Si siempre hubiera sido así ni se hubiera escrito el libro del Éxodo de la Biblia ni Moisés hubiera perdurado en nuestras memorias. Posiblemente Ane haya sido rescatada a un mundo donde no podrá conocer amor, afecto, ni gesto humano sin el preceptivo código de barras. Me gustaría que no sufriera.
sábado, 26 de noviembre de 2016
viernes, 18 de noviembre de 2016
APAGUEN ESO
EL DIARIO VASCO 18-11-2016
Era una guerra de velas. Los curas nos indicaban
cuáles eran las velas que valían para la ofrenda y cuáles no, las de base tintada
de rojo. Se vendían en dos tiendas diferentes. Las que valían eran las de la
tienda que recompraba a la parroquia las ofrendadas para volver a venderlas.
Como si fueran incombustibles. De algo tendría que valerse la tesorería de la
parroquia, pero el miedo que pasaba yo porque se iban a condenar mis amigos,
parientes de la otra tienda, no se me va ni con mil nuevos planes de paz y
memoria. En los dolores de parto de mi nacimiento, con las angustias, se olvidaron
de la vela que dejaron encendida en la mesa de otra estancia hasta que vieron
fuego en ella. Un minuto más y no les cuento esta ni con patrocinio de la caja
de ahorros.
Tiempos
de insuficiencia energética generalizada e interrupciones de fluido continuas;
solía decir mi madre que en estos casos lanzaba un cordón con gancho, preparado
al efecto, al tendido que pasaba frente a nuestra ventana y seguía planchando
con la luz eléctrica de la otra suministradora del pueblo. También decía, y le
creíamos, que luego el padre le pagaba un café al suministrador cuando los
sábados iba al bar.
Hasta hace nada, difícilmente hubiera
sido noticia nuclear la muerte de una anciana por al incendio causado con una
vela encendida por corte de suministro eléctrico. Hoy, hay que contarla,
leerla, oírla y comentarla hasta la saciedad para que arraigue una conciencia
de realidad percibida con dificultades. Siempre, al lado, en el intermedio
publicitario, en el margen, tendremos a las instituciones, hablándonos de sus bondades
normativas y, cómo no, a las compañías de energía patrocinando los informativos.
Vivimos de milagro.
viernes, 11 de noviembre de 2016
ESTAR ALLÍ, ESTAR
EL DIARIO VASCO 11-11-2016
Pocos de los que allá acudimos, al
diálogo entre Saizarbitoria y Aramburu
en la librería Lagun, supongo, fuimos buscando bronca, esperando sangre o estridentes
polémicas. Quizás sea por la edad de la audiencia, pero juraría que la mayoría
llevábamos la intención de explorar el territorio común y las diferentes
vivencias y opiniones de dos autores de referencias, expresiones, obra y
estilos tan distintos. Y no pasó nada, pero nada; las diferencias no fueron
letales. La diferencia que uno pudo percibir y constatar, es la de un viejo
autor, un enfermo de la literatura, preocupado en explicar a los suyos con
dignidad y culpabilidad el porqué de su contumacia literaria en unas
circunstancias casi nunca favorables o propicias
a la creación y el de otro joven autor que actuaba con la displicencia y
parquedad de profesional seguro y hecho a mostrar su trabajo en mundos en
sintonía con los mercados contemporáneos. Algo parecido a la diferencia que
puede haber entre vivir una historia y contarla.
Hubo un momento de tensión,
absolutamente controlada, provocado por algunas palabras de Aramburu dictadas más
por el razonable prejuicio, pero prejuicio, que por los datos. Se resolvió sin
fortuna y bien merece una clarificación a la que se puede proceder en cualquier
momento y con distintos agentes, más en estos tiempos en los que tenemos a gala
ser los campeones de la convivencia y del entendimiento entre distintas sensibilidades.
Por cierto, Saizarbitoria departió en
la puerta de la librería el momento con algunos amigos, la hija de un asesinado
y el propio librero entre ellos. Aramburu, por su lado, firmó ejemplares a
petición de algunos asistentes.
sábado, 5 de noviembre de 2016
PÍO, PÍO
EL DIARIO VASO 4-11-2016
Resulta exagerado decir que Pío Baroja
haya sido, alguna vez, presa del olvido.
Proscrito y ocultado en ciertos estamentos puede que sí. Pasa que entre
nosotros los hay que en su exacerbamientos nacionalistas y furores lingüísticos
pueden negarle su condición de escritor vasco o reconocerle la misma altura
literaria que a un don fraile autor en euskera de línea y media de una carta. Son
cada vez menos. A la inversa, igual de catetos, los hay que aprovechando la
ventaja que les conceden los reaccionarios se creen la gente más abierta,
liberal y progresista del mundo por el mero hecho de citar a don Pío, de
homenajearlo o no leer media línea en euskera.
Estos suelen ser mis temores cada vez
que alguien propone homenajear o recordar a cualquier personaje de la cultura.
No comparto esa obligación que nos suele acuciar, más a las instituciones, de
recordar en números redondos contados a partir del nacimiento, muerte, primera
comunión, o parecido, del personaje, a pesar de que estos no debieran ser igual
motivo para celebrarlo, ni guarden relación con la obra. Estas celebraciones
tiene entidad si consiguen aportar algo nuevo a lo recordado y celebrado.
Me ha sorprendido la repercusión de la
celebración de los sesenta años de la muerte de Pío Baroja, más allá del forro
panadero. Habrá quedado, como se dice, el legado de la celebración. Propongo, a
modo de taller, que se escojan veinte o cuarenta personas que vayan intentando
imaginar lo que a Baroja le parecerían este tipo de celebraciones, y que cada
una de ellas componga esa opinión con otras veinte o cuarenta frases literales
extraídas de su obra literaria. Otro homenaje.
.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)