Basta
reparar en los itinerarios que cada uno de los humanos hacemos para llegar a
nuestro lugar de trabajo para concluir que el mundo es tremendamente desigual e
injusto. Unos, los menos, deberían pagar peaje por su ruta y otros, los más,
merecerían un plus por méritos adquiridos en su travesía de parajes feos y
deteriorados.
Yo
soy de los afortunados que se desplaza por un lugar único. De hecho, no hay día
que no me cruce con media docena de viandantes que retratan esa ruta y su
entorno. Siempre me pregunto qué es lo que harán con esas fotos que sacan al
paisaje; se ha puesto tan a mano de cualquiera lo de hacer millones de fotos,
desconozco el uso que les dan y como las guardan. Yo mismo, un día de esta semana
que había una luz extrañísima, hice un par de fotos al horizonte y al paisaje.
Las hice porque me dio vergüenza ser el único viandante que no las hacía. No
quiero que piensen que soy un insensible, pues no lo soy, pero no se que hacer
con las fotos que hice, gustoso las enviaré al lector que me las solicite.
Habrán
deducido ya que mi itinerario es La Concha, ni las conchas de Salamanca, ni la
de Mascherano, ni ninguna otra, La Concha de San Sebastián. Pues parece
necesario precisarlo al igual que la mención del futbolista a la concha de su
madre, que al parecer los juristas del Barça consideran más insulto que la
concha de su hermana. Al principio pensé que la broma partía de que a los
catalanes les ha dado por las cosas raras, hasta que me di cuenta de que no, de
que era fútbol, asunto en el que siempre ha habido bastante más suciedad, por
ejemplo, que en política. ¡Toma! No sé si lo tenía dicho.