viernes, 14 de abril de 2017

FEDATARIAS

EL DIARIO VASCO 14-4-2017

         El jueves santo, nos dejábamos la piel a campanillazos en el solemne gloria y asistíamos a la maravilla de descalzar a los curas en el presbiterio para el posterior lavado de pies. Era una fe muy higiénica. Encarcelábamos al santísimo y empezaban sus guardias. Por la tarde mujeres, a la noche hombres, hombres que después no perdonaban la partida; de madrugada jóvenes luises, etílicos, devotos, y a la mañana del viernes volvían las féminas. A madre, cumplida y cumplidora, le solíamos acusar de fe tibia, cualquiera que fuera, siempre le tocaba la peor hora y soltaba preces y razonamientos que nos parecían disertaciones lindantes con el ateísmo. Un amago de rebeldía que la convertía en única.
         Incluso hubo un tiempo que en Urrestilla, desconozco la razón, se crucificaba a Cristo en jueves, por adelantarse a Azpeitia se supone, aunque allá pensaran que era por heterodoxia patológica. Desde el viernes hasta la resurrección el silencio era ley, no se debía oír un solo repique.

Aquel sábado santo jugábamos en la plaza la habitual y abundante chavalería. En ocasiones la familia del sacristán nos solía pedir a los chavales que tocáramos el ángelus en su lugar. De grado, corríamos con gran jolgorio y el primero que llegaba repicaba los nueve toques. Nunca fui primero por lo que tenía que rogar que me dejaran vez. Aquel sábado de gloria observé que nadie se movía y aproveché para llegar, por fin primero, sigiloso al campanario. Repiqué un ángelus íntegro, que en el silencio debió de sonar como un cañonazo. Salí, triunfante y cándido. Mi servicio religioso se había convertido en ira pública excomulgatoria, por la atroz locura y majadería que había cometido. Ni por esas se enturbiaba mi fe. 

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