Morir, junto con
nacer, es probablemente el acto más político que cometemos las personas, por
eso mismo deberíamos hacer las dos cosas extremando la dignidad. Es indigno
morir en la calle, morir desasistido, es indigno morir sin previo aviso. Es
indigno morir sin ritual o con ritual desmedido Es indigno morir a manos de la
policía, por error o por negligencia. Es indigno morir en simulacro de
enfrentamiento de carácter deportivo. Es indigno y es razón suficiente para no
callar.
Si
calláramos ante una actuación policial, correcta o incorrecta, que se salda con
la vida de un ciudadano nos estaríamos suicidando como comunidad ciudadana. Si
no exigiéramos responsabilidades ante una actuación de la autoridad que no
esclareciera las circunstancias de esa muerte en los aledaños del estadio
contribuiríamos, sin atenuantes, a esa insensibilidad ante la muerte que tan
larga y profusamente hemos exhibido en nuestra sociedad en los años de nuestra
vida.
Es la muerte
del hincha del Athletic la que condiciona mi voz, que hoy me incomoda más que
nunca, la que me obliga. Una voz que duda, que titubea, que teme; una voz
honrada, tanto o más honrada que esas que se amontonan en el tumulto
contestatario con sospechosa clarividencia y firmeza, voces que obvian esos
acontecimientos que revisten al futbol, eliminatoria tras eliminatoria, de una
violencia rutinaria de la cual no sabe, ni quiere, hacerse responsable – los de
la bronca siempre son forasteros – y se desmarcan transformando la muerte de
Iñigo Cabacas en un acto político, que sí que lo es, pero…
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