De que vivimos
nuevos tiempos no existe la menor duda. No porque tiempo de vivir y pasado sean
incompatibles. Lo digo por la multitud de cambios y acontecimientos
sorprendentes de los cuales nos ha tocado ser felices testigos o, mayormente,
inevitables sufridores. Hoy y aquí se vive y se muere, pero de forma diferente.
Se mata y se roba, pero por motivaciones distintas a las que nos habían
acostumbrado. Se critica y se denuncia, pero aceptando de buen grado la
diferencia. Se delinque y se falta, pero se intenta restituir, algo menos en
metálico. Pero sobre todo, sobre todo, principal característica de los nuevos
tiempos, se autocritica, se arrepiente y se pide perdón públicamente, rey
incluido, aunque hay quien no lo ha hecho todavía. En general somos más
honrados, por expuestos, y sensiblemente más pobres. Si no fuera porque se nos
recorta hasta el aliento y porque los propósitos de enmienda no tienen período
de garantía, se diría que estuviéramos en la Arcadia feliz.
Son tiempos
realmente nuevos, novísimos, a no ser que nos esté sucediendo lo que a Borrow, el
decimonónico viajero vendedor de biblias. Se hizo este con un criado-guía para
ir a Finisterre que se le escapó espantado de una posada abandonándolo en la más
calamitosa y arriscada de las soledades. Cuando lo topó, con educación y punto de sarcasmo, le contó
la fuga del criado y le preguntó si por un casual lo habría visto. Este le
contestó que sí, que lo había visto y que lo conocía, que era un tipo
peligrosísimo del cual había que cuidarse mucho, por ladrón y copichuelero.
Volvieron a caminar juntos.
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