EL DIARIO VASCO 16-11-2010
Entendía
Cesare Pavese que la cosa que más se teme ocurre siempre, que es suficiente con
un poco de valor. Que cuanto más se determina y concreta el dolor en el debate de
la supervivencia asalta la idea del suicidio. El suicidio, algo fácil al
pensarlo pero… pero que sin embargo lo han solido hacer mujercitas, porque para
suicidarse hace falta humildad y no orgullo. Escribió sus últimas palabras
diciendo que todo esto daba asco, “Basta de palabras. Un gesto. No escribiré
más”. Cerró el diario y se quitó la vida en aquel agosto de 1950. Se acabaron
su oficio de vivir y su oficio de escribir.
Desconozco
el número de personas que hoy puedan estar horrorizadas porque pueda ocurrir
aquello que temen. No sé cuantas pueden ser víctimas de un procedimiento justo
o abusivo que les pueda desalojar de un techo y verse obligados a exponer su indignidad
y la de los suyos, su imposibilidad y su impotencia, en un océano de rótulos y
reclamos que le comunican que todo es facilidad, que todo sueño es
materializable y todas las grandes gentes, sin interés ni comisiones, están a
su servicio. El potencial suicida se incrementa en una progresión que es muy
posible que nos aproxime irremediablemente a eso que tememos que ocurra y sea cada
vez más la gente que opta por abandonar el oficio de vivir.
La mujer, con permiso de Pavese, que se quitó la vida en
Barakaldo ha conmocionado nuestras conciencias y ha desencadenado urgencias más
de justificación que de solución. Como Pavese, empezamos a percibir que los
suicidas son homicidas tímidos.
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