Alderdi Eder, miro
al cielo, prorrumpe a mi vista la cima
del Hotel de Londres y extraño el silencio. Razones habrá. Hojeo estos papeles
y me salta, recurrente, el edificio del cine Bellas Artes (esto sí es un
nombre). Hacemos de la necesidad, aun de la más relativa, virtud y no
conseguimos que la virtud, ni la más mínima, sea necesidad. No hay tanto
silencio, vuelve a haber cierto debate sobre cuestiones patrimoniales y visión
colectiva de la ciudad.
Tiendo a pensar
que en la materia tengo la conciencia limpia aunque en alguna me haya podido
rozar el delito. Aprendí mucho. Entre otras cosas creo que tengo cierto
criterio para distinguir entre quienes, sensibles a la historia y al pasado
preservable, hacen defensa del patrimonio y entre quienes hacen defensa del
patrimonio en función de la opción política a la que pretenden atacar y
erosionar. En medio están siempre los grandes alardes de ignorancia y la
dificultad, cuando no imposibilidad, de armonizar la vida cotidiana con la
reserva patrimonial, que tampoco es cuestión de que esta se nos adueñe de
nuestras vidas.
Decían estas hojas
que lo único que se respeta son iglesias y ermitas, que
el patrimonio civil, y menos el privado, no se preserva. Llevamos años
encubriendo la financiación, de recintos casi exclusivamente eclesiásticos, falazmente
considerados abiertos a todos, con la excusa de la custodia y difusión del
patrimonio y distorsionando hasta la
total insensibilidad la idea de patrimonio cultural, que nunca será de todos
hasta que no sea del todo civil, la idea, no el bien protegido.
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