Creo que lo que quiero decir
es que estoy hasta el gorro, pero tampoco se trata de soliviantar al personal
porque a uno le aburra el paisaje, y a veces también el paisanaje. Pero,
haciendo honor a la verdad proclamo que suelo activar todas mis reservas en
cuanto oigo o veo que alguien hace uso de la palabra tradición. La palabra
tradición, en sí misma, ni es mejor ni peor que las palabras amor, odio, pan o
agua. Ni siquiera la gente que la alude con frecuencia es mala ni buena hasta
que no se demuestre lo contrario. Pero muchas veces, muchísimas, el uso que se
hace de esa palabra debería ser considerado como algo nocivo y pernicioso.
Cuando no
se tienen argumentos para defender, explicar o razonar lo que se hace se suele
invocar a la tradición. La tradición, las tradiciones, se han convertido entre
nosotros en un argumento para que los derechos no tengan valor. La tradición es
un argumento superior a las personas, a algunas personas, y eso no puede ser. La
tradición, si no respeta los derechos y la libertad de las personas y gentes,
es una perversión.
Ante la
tradición no nos queda más que cumplir y callar, como los jugadores de la Real
Sociedad que esta semana tuvieron que acudir a Santa María, casi los mismos que
se rebelaron y plantaron en el tema de la selección por el nombre del país. Son
nuestro pabellón en lo más alto del fútbol mundial, gente que no puede decir
que representen a una entidad con respeto a las libertades individuales,
sometidos a la tradición, al silencio cómplice. Pobres ellos, pobres nosotros,
tradicionalmente sometidos.
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