Se muere uno crucificado para redimir a
toda una humanidad y la gente se lo agradecemos con una semana santa como la
que tenemos. Los vestigios de la fe religiosa evolucionan a formas que no hay
quien la reconozca. En lugar del evangelio de la pasión leemos folletos
turísticos, en lugar de recluirnos en la oración merodeamos por templos de la
gastronomía y puestos a hablar de funciones religiosas y procesiones pensamos
que estas fueron inventadas para fomento del turismo en lugar de ser un
ejercicio de práctica religiosa. Dirán que no pero esto ha cambiado, mientras
en los ayuntamientos gobiernan religiones camufladas son ellos mismos quienes
promueven y airean las procesiones.
Con un clima así la fauna que
somos, visitantes y lugareños, nos transformamos también ad hoc. Quien llaman
mi atención estos días es ese gipuzkoano solvente, piso propio y algún euro de
más por encima de las necesidades básicas, con señora informalmente pulcra
saludando en plan ETB 2, y que se enrolla cordialmente con la ya harta cajera
del super admirado de la familiaridad que le dispensan o frecuenta el bar de
pinchos, con aires de cliente desenvuelto haciéndose amigo del habitual más
cargante e indeseado del resto del año. Nada tengo que reprochar a nadie, pero
sí que me perturban, aquellos caballeros, que sienten la obligación de
manifestar con su indumentaria, que están de vacacioneo, esos que lucen
pantalones ni largos ni cortos, con esas patéticas canillas al aire... como si
no hubiera sensibilidades que se hirieran a la mínima. Casi me entran ganas de
que haga frío.
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