Fue la primera vez que vi impreso en un
libro el nombre de mi pueblo. Era una biografía del Padre Anchieta y ponía que
era oriundo de Urrestilla. No sabía el significado de la palabra oriundo y lo
entendí a mi manera, la tomé como prueba documental de que Urrestilla contaba
con un hijo santo. Arranqué la hoja, la metí en un sobre y escribí a casa,
donde, supongo, antes de guardarla, examinarían todo el escrito tratando de
entender algo. Tuve conciencia de obrar mal al apropiarme de algo que no era
mío pero no la del crimen que supone el arrancar la página de un libro, más si
este es de lectura pública. Fue mi primer conocimiento de lo que era una
biblioteca, no lo volvería a hacer.
De entonces aquí, y ya antes, los
intentos de identificar y acunar al beato con Urrestilla son numerosos, y es
que el señor tenía mérito para ello, lingüista, dramaturgo trilingüe,
gramático, milagrero. Hasta tal punto esa identificación adquiere alcance que,
todavía hoy, circula algún texto de un jesuita azpeitiano pretendiendo
demostrar que los Anchieta poco tienen que ver con Urrestilla y demostrando en
el fondo que, por inusual que sea, se puede ser jesuita y tonto al mismo
tiempo.
Desde ayer jueves es ya San José de
Anchieta, que como su nombre indica es un canario oriundo de Urrestilla con
profunda huella en el inmenso Brasil y en sus lenguas portuguesa y tupíes.
Bendito sea, pero en Urrestilla, propios y naturales, tenemos un Anchieta gran
escultor y otro Anchieta reconocido músico, pero sus vidas no fueron de
santidad y como la cultura no cuenta, pues eso.
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