Casi
la mitad de la riqueza que se acumula en el mundo es posesión del uno por
ciento de los humanos. Dichosos ellos, cuesta desearles nada mejor. De las
siete mil millones de personas que habitamos el planeta 3.500 millones son
pobres ¿les podemos ofrecer algo peor? Sí, la explicación de por qué resulta
imposible enderezar su situación. Si juntáramos todo el dinero que pueden
acumular esas 3.500 millones de personas nos daríamos cuenta de que la cantidad
reunida es menor a la que podrían juntar las ochenta y cinco personas más ricas
del mundo. Y olé.
Pero
la riqueza no parece ser antídoto contra el miedo y la inseguridad, más bien lo
contrario. Aventuraría, sin temor a equivocarme, que el mundo gasta más en la
seguridad de esas ochenta y pico gentes que en la de los 3.500 millones humanos
personas. Diríase que su principio de existencia es la defensa de su posesión.
Para ello no dudan en refugiarse en fortalezas inexpugnables, en guardar cuanto
tienen bajo una férrea oscuridad.
Luxemburgo
inaugurará el próximo setiembre, una especie de cueva de Alí Baba de 22.000 metros cuadrados
aeroportuarios para poner a recaudo, documentos, dinero, arte, joyas y lo que
se nos ocurra, al igual que acoge tribunales, bancos y secretarías parlamentarias
europeas. El ducado que será sede de esa gigantesca caja fuerte, de ese crisol
europeo, es un símbolo, triste o positivo, de la Europa modelo. Los
luxemburgueses hablan francés, alemán y luxemburgués, aunque no se les oiga. ¿Perdurarán
sus tres lenguas incluso en esa caja fuerte de universal patrimonio?
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