El
poeta y padre de la patria islandesa Jonas
Hallgrimsson murió como consecuencia de caer escaleras abajo tras una
borrachera cogida en una cena en Copenhague. Así lo cuenta Kundera en su novela
La Ignorancia. El alma del poeta, ya en una Islandia independiente, visitó en
1946 a un industrial a quien le requirió para que trasladara sus restos
mortales depositados en territorio extranjero y enemigo a suelo islandés.
Puestos a la tarea, el gobierno ordenó enterrar los huesos en el Panteón
Nacional de Thingvellir. Los desenterradores se encontraron con que, en su
pobreza, el exiliado poeta tuvo que compartir tumba con otros pobres. El
industrial, disimulando sus dudas ante calaveras y tumbas sin nombre, optó por
uno de los esqueletos con tan mala fortuna que trasladaron los restos de un
carnicero danés, que son los que hoy disfrutan de tan patriótico descanso en
lugar del poeta.
Ni a la Real Sociedad le supongo como
al industrial islandés, ni creo que Alfred Finnbogason sea tan ciego como él,
concluyendo que ninguno de los dos se ha equivocado en la operación y que el
islandés es islandés y futbolista, y no danés y carnicero, o sueca y bailaora.
No me meto en asuntos como el instinto goleador o el olfato ante portería, pero
si que me ha llamado la atención ese suéter con el que se presentó en Zubieta y
que rezaba "Brooklyn parle français". Me ha hecho recordar a aquel
ciclista de prestigio internacional que proveniente de Ginebra prefirió residir
en San Sebastián a hacerlo en Barcelona, porque aquí no había, o no percibía
él, problema lingüístico.
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