Ningún gobierno municipal donostiarra,
foral o autonómico, se ha atrevido, ni se atreverá a nombrar y contratar un
director para gestionar la capitalidad cultural europea de 2016, o empresa
similar, sin sopesar seriamente el factor lingüístico o conocimiento del
euskera. Mi experiencia me dice que no. De la misma manera, digo que cada gobierno
diferente saldría del atolladero con una solución distinta y, casi siempre, de
imposible satisfacción para todos.
Los actuales responsables políticos nos
han sorprendido, que no desagradado, con el nombramiento de una dirección que
desconoce el euskera y que además, que ridículo, se quiere librar de sus
vergüenzas pasándonos por la cara eso de
que su padre ya sabía, factor que esperamos no haya sido decisivo. El grado de
división en la aceptación del nombramiento y algunas cualificadas críticas nos
deberían llevar a pensar que en la cuestión del euskera el nivel mínimo para la
convivencia no se ha alcanzado y por tanto no nos es posible tener conciencia
real de un problema, que va más allá de que unos están en contra, otros a favor
y a otros no les importa. Es un problema de entidad seria. Pero más serio es aun
que la representación política de turno, porque así toca, utilice los
argumentos que viniendo de boca de otros le parecen inaceptables o,
simplemente, le violentan. A eso se le llama arbitrariedad grave y sectaria e
impide que la ciudadanía entienda el porqué de las decisiones justas.
P.S. Desconozco los resultados
escoceses que, sí o no, seguirán siendo igual de escoceses, cosa que aquí
cuesta entender más de lo que sería razonable.
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