Con las palabras, pues eso, se puede
decir lo mismo una verdad como un templo que una mentira como una catedral.
Ocurría en Gipuzkoa en los años sesenta. Todo lo que hasta entonces era
“erreuma siático” se convertía en “hernia al disco”, operación e “inutilidad”,
gracias al curso que un ilustre cirujano nuestro realizó en Norteamérica. Así que,
me decía un novelado siquiatra, por esos años la tasa de hernias discales de
Gipuzkoa era superior al conjunto del Mercado Común. Un problema de lenguaje.
Recuerdo que por entonces oír la frase “tener tensión” era similar a “tener
tifus” u otra cosa de nombre técnico, tener era la cuestión. La enfermedad era
la tensión, no la hipertensión o hipotensión. Menudo susto se llevó mi tío, que
no era ni académico ni bilingüe, cuando se lo oyó al médico. “Que tengo tentsióóón?”
fue su agónica pregunta.
Acumulando años y relativizando el
lenguaje, las verdades y las mentiras, vislumbro que la vida a nuestra edad
está en un tris de transformarse en tránsito por una zona repleta de bazares.
En ellos asoman personas al acecho de posibles clientes, profesionales médicos,
ávidos de enfermos y enfermedades, que nos introducen a cada uno de nosotros en
sus chiringos. Así, de chiringo en chiringo llegaremos a nuestro, no tan
ansiado y probablemente poco glorioso, final. Ante la nada halagüeña
perspectiva me pregunto si no será, todo, un problema de lenguaje. Barajo
probar la suerte falsificando la analítica que he de enseñar en casa por si, lo
del lenguaje, tuviera efecto rejuvenecedor. Pero es que yo suspendía, pero a la
vista, sin ocultarlo. Ni por esas ¡Honrado hasta en los pencos!
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