Me bautizaron y registraron Ramon
Maria. Me costó perdonar a mis padres la fechoría. Josemari, Joanmari,
Pedromari... eran nombres de chico ¿pero Ramonmari? Nada había más feminizante
que los nombres terminados en "a". Me solían decir que en Segura
había otro. Nunca pude con la manía de mi madre de enmendar la plana de los
amigos que se atrevían a llamarme Ramon. Un buen día me hice respetar y hoy me
llamo Ramon, cuando la pérdida de prejuicios es de tal calibre que ya no me
importaría ni llamarme María Ramon. Sigo en guerra con la tilde, también abandonada,
que obtusos y puñeteros monolingües me la quieren puesta viva.
Algo parecido le ocurrió a Patxi López
cuando se convirtió en lehendakari. Recuas de idiotas empezaron a nombrarlo,
mostrando así su forma de negar ciudadanía a cualquier diferente, como
Francisco López, so pretexto de nombre oficial. Aunque ahora se dediquen a
otras mendaces habladurías la idiocia de éstos sigue siendo indisimulable.
Supongo que Patxi no culpabilizará a sus padres.
Otra tropelía, un amigo abertzale me
comunica el reproche a quienes vienen en llamar por su nombre de pila, Pablo
Manuel, a Pablo Iglesias el líder de Podemos. ¿A santo de qué postulado un
ciudadano no se puede llamar como el fundador de cualquier partido? ¿Es Pablo
Iglesias una marca registrada? Creo que yo, y mucha más gente, tenemos sobrados
argumentos de discrepancia política con el susodicho, sin ningún temor a
exponerlos donde sea y, desde luego, mayor altura cívica que quienes le niegan
el derecho a usar el nombre que quiera, aunque sea sin autorización del comité
federal. Pablo se llama ese Iglesias.
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