viernes, 4 de marzo de 2016

TODO AQUELLO

EL DIARIO VASCO 4-3-2016


         La viuda e hijos de un agente de la policía autónoma asesinado nos manifestaban el pasado fin de semana lo innecesario e imposible del perdón. Con admirable serenidad acataban los sistemas públicos de reparación. Afirmaban no poder pasar página, sin pretender impedir que otros lo hicieran ni proyectar la más mínima brizna de rencor. Es lo que a mi amigo le solía hacer parecer que la organización liquidaba a víctimas cuyos familiares eran particularmente bondadosos, generosos y emocionalmente equilibrados.

         Ese fin de semana salió de la cárcel, tras haber cumplido, el histórico, -¿quien pone los calificativos?- dirigente de ETA Urrusolo Sistiaga. Ha pedido la disolución del grupo terrorista y prometido seguir trabajando por la convivencia. Hemos seguido su salida sin ninguna exageración mediática, con mirada comprensiva y voluntad solidaria, intentando soportar toda la carga analítica.

         El martes lo pasamos a la sudafricana. Se ponía fin a una decisión judicial probablemente injusta. Arnaldo Otegi elevó su condición ciudadana a un tablado en Logroño y a otro en Elgoibar. Aplaudo su mérito en una hoja de servicios muy negra todavía. Se alegró de que siguiéramos vivos aquellos que, según nosotros mismos, vivíamos acosados. Me amargó una salida que me alegraba.


         He sabido que en la madrugada del martes se cumplían 37 años de que el industrial Luis Abaitua llegara a su casa liberado de su guarida de secuestrado en los montes de Elgoibar. Abaitua falleció hace 24 años. Probablemente diría que me alegraría por el convenio de Michelin, y la vergüenza me impide recordar ese resto que reconstruyo poco a poco. ¿Conseguiré hacerlo a tiempo?

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