Compartimos moneda, frontera a la
universalización de los derechos, y dictados económicos emanados a saber de qué
bunker. Nos tiñe la vergüenza de la geografía como única condición ciudadana.
Se diría que las únicas que funcionan son la Europa comisionista financiera y
-¡cómo no!- la del fútbol. El fútbol funciona y cohesiona, domina y abusa,
viola y violenta, veja y ataca a la condición humana.
Me revolvían la bilis en nuestras
calles esos niñatos cerveceros en dirección a nuestro estadio aclamando a
nuestro equipo y pisoteando a nuestra ciudad, ciudadanía y toda convención
civilizada. Prepotencia insufrible de que quien paga manda a pesar de que
paguen con el dinero de todos. Quiero una Europa que alambre estadios, control
de alcoholemia y drogas, rigurosa represora de prepotencias, y con formación
cívica financiada en exclusiva con los dineros de los clubes de esa salvajada
ilegalizable que llamamos futbol y echa por la borda todo valor cívico
acumulando tanto desperdicio humano, tanta miseria moral que rebosa en los
estadios.
Veo a forofos holandeses comportarse
igual que los vascos, que los españoles, que los forofos universales, en plaza
pública. Vejan y humillan a mujeres indigentes, queman billetes de euros ante
su mínima y constreñida humanidad, regalan monedas a condición de que se alejen,
les gritan que no crucen la frontera, se ríen con obscenidad, malditos y
repugnantes. Me parece mayor ese drama que el espectacular que contemplamos de
los refugiados sirios. Hoy, todavía, me sale de las tripas proponer un acuerdo
de canje para acoger y asilar en suelo europeo a diez mil sirios por cada
energúmeno de esos que, en sobriedad, solo saben decir gol.
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