Todas aquellas personas dedicadas a
la cosa pública deberían afanarse en hacer las cosas no bien, sino perfectas.
Perfectas hasta en las palabras que designan o identifican las tareas,
proyectos y programas que acometen, culminan y ponen en práctica. Dicho en
vulgar, poner nombre a las cosas, nombres perfectos. Por ello el empeño les
honra a aquellos políticos que se baten hasta la extenuación para que proyectos
y entidades tengan el nombre más adecuado. Hay que saber presentarlo y
presentarse.
Soy de los que cree que la pasante
ferroviaria que atravesará el centro de San Sebastián es una respuesta lógica y
razonable a una necesidad que viene de lejos. Evidente que dentro de lo
razonable entra lo matizable, pero la necesidad básica no tiene matiz. Por
tanto digo sí aunque no esté seguro de que se lo diga al metro, al topo o al
tren. Cualquiera de los términos tiene su lado caricaturizable y ridiculizable
que sacrifico estoicamente a favor de la prioridad de la obra. Les honra a
nuestros rectores el afán en la búsqueda de un término adecuado.
Con todo, resulta sonrojante ver como
se entabla pública cruzada a favor de un nombre u otro, y desalentador el verse
obligado a pensar que hoy la política, la responsabilidad sobre la cosa
pública, la hemos convertido en eso, en pasapalabras, veo-veos y saber y ganares
que, irresponsablemente, pueden hacer que acabemos desnutridos porque, en e
mejor de los casos, llegamos tarde a la cena, o no llegamos
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