Ocurre
con nuestros conceptos del sexo, de las ideas que hemos tenido, de nuestras
teorías y, en resumen, de las miserias que en cada momento nos han hecho vivir.
Nacidos en el mundo, nada lejano, de absoluta prohibición, represión,
perversión demoníaca. Atravesamos un período en el que, en comparación, imperó
el discurso de la más radical libertad sexual, con una exaltación y exhibición
que parecían inculcar obligaciones por encima de las ganas y el deseo. Hoy, no
es no, no es no y no es no. Bueno.
Ocurre con los libros. De ser la
fuente de todos los embrujos, locuras, rebeliones condenables, insinuaciones
prohibidas, o de conocimientos exclusivos, se pasó a conseguir que pasaran a
ser el acceso más universal al conocimiento y la formación humanas. De ser un
toque de elegancia, distinción y clase han pasado a ser nuestro instrumento más
socorrido de ocio e instrucción ¡Viva el libro! ¡Vivan los libros!
Y en ello estamos, en la bondad
el libro, en genérico. Un vistazo a los más leídos en nuestras bibliotecas provoca
cierta angustia. Títulos deplorables ha habido siempre, pero esto puede
resultar una invasión. ¿Será la hora de contestar al grito de viva el libro,
que sí pero no todos? ¿De reflexionar sobre nuestras estructuras de lectura
pública y su función?
Un folleto de una gran librería.
Tiene veinticuatro páginas. Tendencias, autoayuda, empresa y coaching, salud,
deporte y gastronomía, son las cabeceras de sus páginas. Una de ellas se titula
lecturas, es la que nos presenta algo que puede ser encajable en la literatura
y análogos ¡Vivan los libros! Pero no todos. Yo había entrado preguntando por
lo último de Iban Zaldua en euskera. No soy más bobo por…
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