viernes, 9 de marzo de 2012

Sabañones



            Aquello que llamamos frío se nos ha marchado ya hasta, más o menos, el próximo invierno. Dicen que ha sido un invierno frío, pero de frío a frío hay diferencia. A mi entender, y en comparativa objetiva,  no ha sido para tanto. Ha hecho el frío justo para poder lucir ese fondo de armario que nos encanta, -gorros, bufandas, guantes y accesorios de colorines-, pero que, salvo los más audaces, no nos atrevemos a ponernos sin un argumento funcional no necesariamente compatible con lo estético. Para fríos, lo mismo que para calores, nieves, borrascas y tempestades, los de antes y sin discusión. Antes, no hace tanto, padecíamos unos fríos tan auténticos que provocaban sabañones. Hoy, es posible que los críos, por termino medio, no sepan lo que es un sabañón.

         Un maestro de mi infancia, fue directo de nuestra escuela al manicomio, nos dio la lección más gráfica sobre sabañones que nunca yo haya recibido, excepción hecha de los que mis pies puntualmente solían sufrir. Era tacaño con contumacia. Como exponente de sus penalidades e ínfimo modo de vida, se le ocurrió un día sentarse al lado de la estufa de gas, descalzarse y ponernos a los treinta o treintaicinco chavales de la clase en fila india para que uno a uno miráramos sus sabañones. El didactismo no tenía voluntad de lección de ciencias naturales, pero, a la larga lo fue.

         Hoy, hay gente que a los convecinos de Urrestilla y andurriales no nos ve nacidos de París, sino como caídos de alguna página de Atxaga o de alguna pantalla del realismo ultrafantástico. ¿Cómo sabrán lo que es el frío, si no saben lo que son los sabañones

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