Aquello que
llamamos frío se nos ha marchado ya hasta, más o menos, el próximo invierno.
Dicen que ha sido un invierno frío, pero de frío a frío hay diferencia. A mi
entender, y en comparativa objetiva, no
ha sido para tanto. Ha hecho el frío justo para poder lucir ese fondo de
armario que nos encanta, -gorros, bufandas, guantes y accesorios de colorines-,
pero que, salvo los más audaces, no nos atrevemos a ponernos sin un argumento
funcional no necesariamente compatible con lo estético. Para fríos, lo mismo
que para calores, nieves, borrascas y tempestades, los de antes y sin discusión.
Antes, no hace tanto, padecíamos unos fríos tan auténticos que provocaban
sabañones. Hoy, es posible que los críos, por termino medio, no sepan lo que es
un sabañón.
Un maestro
de mi infancia, fue directo de nuestra escuela al manicomio, nos dio la lección
más gráfica sobre sabañones que nunca yo haya recibido, excepción hecha de los
que mis pies puntualmente solían sufrir. Era tacaño con contumacia. Como exponente
de sus penalidades e ínfimo modo de vida, se le ocurrió un día sentarse al lado
de la estufa de gas, descalzarse y ponernos a los treinta o treintaicinco
chavales de la clase en fila india para que uno a uno miráramos sus sabañones. El
didactismo no tenía voluntad de lección de ciencias naturales, pero, a la larga
lo fue.
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