viernes, 11 de mayo de 2012

2016 BILBAOS

EL DIARIO VASCO 11 de mayo 2012

Creo no incurrir en traición ni delito condenable confesando que estos días miro con envidia a Bilbao. La miro por el futbol, cosa que me importa bien poquito pero que nos afecta mucho. Se han embarcado todas las especies bilbaínas, cual parejas en la de Noé, en el empeño de una final europea (y otra española) con energía, ilusión, entrega y alegría desbordantes, haciéndonos sentir que iban a poseer la felicidad completa. A lo mejor no es así, pero han transformado Bilbao y gran parte del País Vasco en una especie de orgia rojiblanca cuyo final, de consumarse con una victoria en Bucarest nos hubiera acarreado consecuencias imprevisibles. Los hemos visto pasados, sobrados, excesivos, pero en estas cosas lo que en el vecino es defecto lo convertimos en virtud en cuanto nos incumbe a nosotros. Comprobaremos este extremo en la próxima final europea de la Real. El futbol dejaría de serlo, aquí y allá, sin esos excesos, a los cuales conviene mirarlos con cierta displicencia para evitar que nos reconcomamos a perpetuidad.
            Hay otra ciudad que yo conozco, junto con el país que también conozco, que ha llegado a la final europea de la competición cultural (otro exceso) en 2016, con una repercusión social y económica mayor que una competición deportiva y con cuatro o cinco años de disfrute anticipado. Pero no hay manera. Deambula, suspicaz y errática, por el ánimo de todos nosotros, desarraigada, sin goras, ni vivas, ni beti zuekin, como si favoreciéramos a alguien que no queremos. ¡Hala! ¡A romper olas! O la tomamos en serio o le quitamos la cláusula antiathletic y la traspasamos, aunque se pasen.

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